miércoles, 29 de mayo de 2013

EL CRISTO

E L C R I S T O

Como es sabido de todos los estudiosos del Evangelio Crístico, El

CRISTO es una fuerza que se desprende como parte de esas tres fuerzas extraordinarias de la Creación, a través de sus diferentes
desdoblamientos, procesándose así la Vida que existe en las diferentes dimensiones de la Naturaleza y del Cosmos, que llega hasta este mundo tridimensional dando ese impulso a todas las innumerables creaciones de plantas, animales y humanos. 


Él es el que palpita en los átomos, en las moléculas, en las células de toda criatura que tiene Vida. En nosotros los humanos se desarrolla en tres aspectos diferentes de acuerdo a la actitud que
nosotros tengamos en nuestra forma de vivir:


- El primer aspecto es la Vida celular Orgánica.
- El segundo aspecto es la Vida en la Reproducción.
- Y el tercer aspecto es la que producimos a través de la revolución de la Conciencia, produciendo así un sabio aprovechamiento de nuestras energías vitales para nuestro nacimiento Espiritual; en este proceso interno, emocional y psicológico, se integran la Sabiduría del PADRE, la Fuerza del ESPÍRITU SANTO y el
Amor del CRISTO, para poner en actividad todas nuestras capacidades físicas e internas y poder cristalizar así lo que llamamos el Nacimiento Segundo.
 

Es importante que cada estudiante del Esoterismo Crístico comprendamos que una cosa es la creación del humano por una ley natural, otra cosa es la creación del Hombre Auténtico por una Revolución Consciente y otra cosa es la creación del Hombre Espiritual por una acción del Hombre Solar en un trabajo
mancomunado con el Ser.
 

Necesitamos que en estos momentos que se ha presentado el Regreso del MESIAS, tengamos una actitud conciliadora de cada uno de nosotros con el Mensaje, con la Doctrina y con el CRISTO para que así realicemos en forma individual y conjunta la Obra que nos corresponde hacer, para poder marchar hacia esa Tierra Prometida en la cual El CRISTO y el Pueblo establecerán una nueva progenie, cumpliéndose así lo que está escrito en las Sagradas Escrituras:
 " Que en los tiempos del fin vendrá de nuevo en busca de
aquellos hombres, de aquellas mujeres que hayan visto y hayan comprendido que su Doctrina predicada a través del tiempo es la que tiene el poder de producir en cada uno de nosotros una metamorfosis que nos permita seguir viviendo después de la muerte ".
Cada ser humano posee un Aura y una atmósfera las cuales son las


que permiten o impiden que esa Fuerza maravillosa del CRISTO se pose en esa persona, o de lo contrario impida que en esa persona exista.
La persona maldiciente, iracunda, envidiosa, codiciosa, llena de odio, de celos, de resentimientos, de miedos, de inseguridad, de temores, etc. tiene su Aura demasiado densa, negativa y por
esta razón no puede recibir los efluvios que vienen del Aura universal del CRISTO.
 

La persona fornicaria, llena de pasiones, de lascivia, es una persona que tiene su Aura demasiado densa, pesada, negativa que tampoco permite que desde su parte interior se pueda expresar ni el CRISTO ni el ESPIRITU. 

Estas razones son mas que suficientes para que cada uno de nosotros comprendamos que así no podemos tener el encuentro con nuestro MESIAS Interior, por lo tanto debemos realizar desde ya un cambio objetivo que nos permita mejorar nuestra Aura y nuestra atmósfera, para que el CRISTO SOL externo y el CRISTO SOL interno puedan fecundar el Embrión Aureo de cada uno de nosotros y emprender el viaje hacia el encuentro con nuestro Ser Interno.

V.M. Lakhsmi

jueves, 9 de mayo de 2013

EL VENENO DE LA PRISA




“Deseamos ser felices aun cuando vivimos de tal modo que hacemos imposible la felicidad” (san Agustín)
Imagínese que está al volante de su coche, conduciendo tranquilamente por una calle de un solo carril. De pronto se forma una inesperada caravana. Aunque usted no puede verlo, parece que un camión se ha detenido unos cuantos metros más adelante para realizar una descarga. Pasan los segundos y usted sigue sin poder avanzar. Poco a poco empieza a ponerse nervioso. Echa un vistazo a su reloj y suelta un tedioso resoplido.
Al poco rato comienzan a sonar los primeros bocinazos. En medio de aquel insoportable ruido, finalmente pierde la “paciencia” y, harto de esperar, se suma a la protesta y toca varias veces el claxon con rabia. Al cabo de un rato retoma la marcha, impotente y molesto por lo sucedido. Puede que usted no sea consciente, pero las emociones negativas que ha creado mientras apretaba el claxon con fuerza le van a acompañar el resto del día. ¿Y todo ello para qué? ¿Acaso su impaciencia le ha servido para acelerar la descarga realizada por el camión? ¿Realmente cree que el conductor ha tardado más de lo necesario aposta sólo para fastidiarle? Lo paradójico es que la impaciencia sólo le ha perjudicado a usted.

A simple vista  cualquier persona puede ver el hombre impaciente que es usted, el hombre violento, nervioso, mal hablado y rabioso porque es lo que se percibe por mis reacciones. Ante ese evento de la vida las personas reaccionan de diferentes modos. Algunos quizás se dispondrán en un momentos dado a realizar un ejercicio de  Auto-observación y descubrirán esas reacciones, esas debilidades, quizás trabaje sobre su violencia, sobre su impaciencia, sobre su manera de hablar y comportarse porque es lo que se percibe, es lo que se ve, lo que descubro en la Auto-observación, pero algunas vez se nos ha ocurrido preguntarnos ¿quién es el que se impacienta, quien es el que se enoja, quien es el que reacciona de manera violenta dentro de nosotros? Por supuesto que es el EGO, pero ¿Cuál EGO?, ¿Cuál es el ego que se viste con el ropaje de la impaciencia, de la violencia?

LA RAÍZ DE LA IMPACIENCIA “Lo que causa tensión es estar ‘aquí’ queriendo estar ‘allí’, o estar en el presente queriendo estar en el futuro (Eckhart Tolle)
Saber esperar resulta todo un arte. Y no sólo en los momentos de tristeza, por ejemplo, en el dolor, el sufrimiento, la enfermedad o la tragedia. También en los momentos de máxima alegría es difícil saber esperar. De hecho, siempre surge la impaciencia ante esa primera cita con esa persona que te gusta tanto. La impaciencia muestra la prisa porque llegue un momento determinado. En algunas ocasiones, por ganas de que ese momento pase pronto, por ejemplo, cuando una persona tiene que someterse a una operación quirúrgica.

Pero entonces, ¿por qué lo hacemos? ¿Por qué somos impacientes? Aunque parezca mentira, ninguno de nosotros elige tomar esta actitud cuando la vida no se ajusta a nuestros planes. Por el contrario, la impaciencia surge mecánica y reactivamente de nuestro interior cuando vivimos de forma inconsciente. Se trata de un efecto, un síntoma, un resultado negativo que pone de manifiesto que la mirada que estamos adoptando frente a nuestras circunstancias es errónea. Si volvemos al ejemplo del atasco de tráfico anterior -que puede ser extrapolado a cualquier otra situación cotidiana-, nos damos cuenta de que nuestro malestar surge al poner el foco de nuestra atención en el denominado “círculo de preocupación” (Circulo de los eventos).
 
Es decir, en todo aquello que no depende de nosotros, como que el conductor del camión realice la descarga más rápidamente. Y al no poder hacer nada al respecto, nos invade la impotencia, y con ésta, el agobio, el enfado y la lamentación. Sin embargo, el camión tiene todo el derecho de pararse y realizar la descarga, de igual manera que nosotros también detenemos nuestro coche a veces, haciendo demorar a otros conductores. Si nuestro día a día no es más que un continuo proceso repleto de otros necesarios para que todos podamos completar nuestras actividades personales y profesionales, ¿dónde está el problema? ¿Por qué es tan difícil adaptarse a lo que sucede?

EL ARTE DE VIVIR DESPIERTO “Si no hallas satisfacción en ti mismo, la buscas en vano en otra parte” (François de la Rochefoucauld)
La respuesta se encuentra dentro de nosotros mismos. Cada vez que nos sentimos impacientes, ocasionándonos a nosotros mismos un cierto malestar, significa que estamos interpretando los acontecimientos externos en base a una creencia limitadora: que nuestra felicidad no se encuentra en este preciso momento, sino en otro que está a punto de llegar. O, dicho de otra manera: como creemos que no podemos estar a gusto en medio de un atasco, deseamos que éste termine de inmediato para poder llegar a nuestro destino, donde sí podremos gozar de nuestro bienestar. 

Sin embargo, funcionar según esta falsa creencia revela una verdad incómoda, que suele costarnos bastante aceptar: la impaciencia suele ser un indicador de que no estamos a gusto con nosotros mismos. Porque si lo estuviéramos realmente, no tendríamos ninguna prisa en que el camión (o cualquier otra persona, cosa o situación) avanzara a una velocidad mayor de la que lo está haciendo. Ni siquiera aparecería la prisa, pues ya sabríamos de antemano que no sirve para acelerar el ritmo de lo que nos sucede. 

Lo cierto es que sólo a partir de un estable bienestar interno podemos empezar a relacionarnos con nuestras circunstancias de una manera más consciente, pudiendo tomar la actitud y la conducta más convenientes en cada momento. A esta capacidad, los venerables maestros la llaman “vivir despierto”. Al darnos cuenta de que no podemos cambiar lo que nos sucede, sí podemos modificar nuestra actitud, centrándonos en el denominado “círculo de influencia”. En el caso del atasco, implicaría respirar profundamente, recuerdo de si, la NO identificación, pensar en positivo y otras acciones que dependieran por completo de nosotros

De esta forma nos ahorraríamos la desagradable compañía de la impaciencia, un huésped que de tanto visitarnos termina por instalarse indefinidamente en nuestro interior. Eso sí, para adoptar esta actitud más constructiva es necesario que nos recordemos de vez en cuando que todos los procesos que conforman nuestra vida tienen su función y su tempo. De ahí que, por más que intentemos acelerarnos, siempre terminaremos chocando una y otra vez con esta inmutable verdad, causándonos por el camino la experiencia del malestar.
LA FILOSOFÍA DEL ‘AQUÍ Y AHORA’ “Bendito regalo es este al que llaman presente” (Sebastian Skira)

Más allá de comprender que todos los procesos que forman parte de nuestra existencia tienen su propio ritmo, despedirse de la impaciencia también implica descubrir que lo que necesitamos para ser felices ya se encuentra en este preciso instante y en este preciso lugar. De hecho, es imposible hallarla en ningún otro momento ni en ninguna otra parte. Aunque se ha repetido hasta la saciedad, los seres humanos tenemos un peculiar rasgo en común: tendemos a olvidar lo que necesitamos recordar y a ser víctimas y esclavos de esta negligencia.
 
Así, el pasado es un recuerdo y el futuro es pura imaginación. Lo único que existe de verdad es el presente, que es el espacio y el tiempo donde podemos recuperar el contacto con nuestro bienestar interno. Aunque no nos lo parezca, ahora mismo todo está bien. Todo está en su sitio, tal y como tiene que ser. El problema lo crea nuestra mente cuando no acepta lo que hay, tratando de cambiar lo externo, que no depende de nosotros, y posponiendo nuestra propia transformación, que sí está a nuestro alcance. 

Algunos guías especializados en desarrollo personal proponen que la próxima vez que nos invada la impaciencia nos preguntemos: “¿Qué es lo que no estoy aceptando? ¿Qué le falta a este momento? ¿De qué manera lo que está sucediendo me impide ser feliz? ¿Qué prisa tengo? ¿Qué voy a hacer luego?”. Al analizar las respuestas, concluimos que desear que llegue un futuro imaginario suele ser una consecuencia de no estar en paz con nosotros mismos en el presente. Aprendemos a fluir cuando comprendemos que la realidad siempre es aquí y el momento siempre es ahora. 

Vivir el momento Cuenta una historia que el sabio Confucio animó a uno de sus discípulos a caminar por un bosque. Mientras el maestro paseaba distraídamente, silbando y observando los árboles y los pájaros con los que iba cruzándose por el camino, su acompañante parecía nervioso e inquieto. No tenía ni idea de adónde se dirigían. Harto de esperar, finalmente el discípulo rompió su silencio y le preguntó: “¿Adónde vamos?”. Y Confucio, con una amable sonrisa en su rostro, le contestó: “Ya estamos”.

Muchos de nosotros hemos aprendido que hay cosas que se pueden lograr y alcanzar si nos esforzamos, trabajamos duro y anhelamos lo que queremos. También hemos aprendido que si se cree firmemente en lo que se desea, unido a ese esfuerzo se puede lograr. ¿ Que sucede cuando de momento un evento inesperado toca tu vida?. Podríamos mencionar eventos como la pérdida de un hijo en un accidente desastroso, pérdida de  empleo, un divorcio, separación, un desastre natural como fuego, inundaciones, terremoto o tornado.

 También los malos entendidos con personas que terminan en enemistades porque estos no desean clarificar los mismos. Nos damos cuenta de que la realidad es diferente a lo que queremos lograr, encontramos tropiezos en el camino  y nos sentimos impotentes ante esa realidad.
A simple vista  cualquier persona puede ver el hombre impaciente que es usted, el hombre violento, nervioso, mal hablado y rabioso porque es lo que se percibe por mis reacciones. Ante ese evento de la vida las personas reaccionan de diferentes modos. Algunos quizás se dispondrán en un momentos dado a realizar un ejercicio de  Auto-observación y descubrirán esas reacciones, esas debilidades, quizás trabaje sobre su violencia, sobre su impaciencia, sobre su manera de hablar y comportarse porque es lo que se percibe, es lo que se ve, lo que descubro en la Auto-observación, pero algunas vez se nos ha ocurrido preguntarnos ¿quién es el que se impacienta, quien es el que se enoja, quien es el que reacciona de manera violenta dentro de nosotros? Por supuesto que es el EGO, pero ¿Cuál EGO?, ¿Cuál es el ego que se viste con el ropaje de la impaciencia, de la violencia?
La Intolerancia, nos impacientamos porque no toleramos a los demás, las actitudes de los demás, pero lo peor es que todo aquello que no tolero, los llevo dentro en lo más profundo de nuestro mundo psicológico.


Es entonces que entendemos que somos solamente seres humanos con poderes limitados. Por mucho que nos hubiésemos esforzado para evitar la muerte de un hijo, la pérdida del empleo, un divorcio o cualquier otra contrariedad quizás no evitaríamos  que  ocurriera. Los desastres nos hacen sentir y reconocer cuan vulnerables somos ante tantos eventos y fuerzas invisibles. De momento el mundo se convierte en un lugar inseguro para vivir. Nos damos cuenta también que el mundo no gira a nuestro alrededor. 


Amigo y amiga el secreto contra el sentimiento de impotencia estriba en poder reconocer que nuestro valor no descansa en lo que podamos hacer o alcanzar; sino más bien en el poder y el amor ilimitado de nuestro Dios. Dios siempre tiene el control. Aun cuando nos sintamos impotente ante las circunstancias que enfrentamos, El siempre tiene el control.
“El dijo: No te desamparare,  ni te dejare; de manera que podemos decir confiadamente: El Señor es mi ayudador;  no temere  lo que me pueda hacer el hombre” (Hebreos13:5-6)

Sabemos que  Dios cumple siempre sus promesas. El  ya ha prometido estar con nosotros cada paso de nuestra vida aqui en la tierra. Al leer en la Biblia “No te desamparare,  ni te dejare” Consecuentemente, podemos declarar con gran confianza “El Señor es mi ayudador;  no temere  lo que me pueda hacer el hombre”.