sábado, 12 de enero de 2013

“¡Hay que despertar!”



Como se señaló con anterioridad, lo más importante, una vez producido el necesario cambio en la forma de pensar y de sentir, sería luchar por despertar nuestra dormida Conciencia.

La Conciencia, según nos indica el Maestro, es la parte del Ser encarnado en nosotros, o sea, el Buddhata, o aquello de que se dispone para cristalizar el Alma en nosotros. Como tal, constituye un tipo de energía de elevadísima frecuencia vibratoria. El desarrollo de la Esencia, embotellada entre el ego, únicamente resulta posible a partir de trabajos conscientes y padecimientos voluntarios, entre los que se encuentran el esfuerzo inicial por luchar contra la mecanicidad.



Dice el Maestro, en su obra Educación Fundamental:

"Nosotros afirmamos que la Conciencia en el hombre es fuera de toda duda y sin temor a engañarnos, una especie muy particular de “aprehensión de conocimiento interior” totalmente independiente de toda actividad mental. La facultad de la Conciencia nos permite el conocimiento de sí mismos. La Conciencia nos da conocimiento íntegro de lo que es, de dónde está, de lo que realmente se sabe, de lo que ciertamente se ignora.”

“Es urgente saber que la Conciencia en el animal racional no es algo continuo, permanente...


Si alguien llegara a despertar, se sentiría espantosamente avergonzado consigo mismo, comprendería de inmediato su ridícula y penosa condición. Por lo común, la existencia de las personas resulta ser terriblemente extravagante, generalmente miserable y rara vez digna de admiración.

Con independencia de cualquier consideración previa, ha de saberse que, en la Esencia, se contienen todos los datos necesarios para orientarnos en el camino de la Revolución. Reiteradamente indicó el Venerable Samael Aun Weor, la necesidad que tenemos de despertar la Conciencia, como mecanismo para vencer la desorientación inicial:

"Una vez despierta la Conciencia estaremos suficientemente preparados como para ver el camino por sí mismos, el camino que ha de conducirnos realmente a la liberación final.

Pero, ¿Cómo podríamos ver por sí mismos el camino si no nos esforzamos en despertar? ¿Pueden acaso los dormidos ver el camino? Entonces necesitamos despertar ¿verdad? Cuando uno despierta comprende lo que es, hace uno un inventario de lo que tiene, de lo que le sobra y de lo que le falta.

Muchas facultades que uno cree que tiene, no las tiene y mucho que no sabe que tiene, realmente tiene. Pero uno solamente puede hacer un inventario de sí mismo cuando está despierto, pues un dormido ¿cómo va a hacer un inventario de sí mismo? ¿qué sabe de sí mismo el dormido? Así pues, despertar es fundamental, vital, pero para despertar hay que saber vivir.

Ante todo es necesario hacernos conscientes de lo que significa la muerte del ‘yo’. La base, el fundamento de cualquier progreso estriba en la muerte del ‘yo’, porque solo con la muerte adviene lo nuevo. Si el germen no muere, la planta no nace. Sucede que la mayor parte de los estudiantes esoteristas se
olvidan de la muerte, sólo piensan en perfeccionarse, en adquirir poderes y en lo que sea, pero olvidados de la muerte.”




“...el dormido, dormido está. ¡Qué va a saber! Despierta y después sabrás: esa es la cruda realidad de los hechos. Un dormido está dormido, ¡qué va a saber! Hay que despertar.”

Pero, aunque nuestro estado actual requiere la muerte de los demonios que interiormente cargamos, precisamos, previa e inicialmente, a esa fase del trabajo, crear el Hombre Psicológico. Resulta innegable que el fundamento alquímico se encuentra en la disolución del ego, pero, antes de llegar a ese
punto, necesariamente, hemos de valernos de métodos que nos ayuden a despertar. Dejamos que sea Samael quien nos indique el punto de partida:

“Si por alguna parte hemos de empezar el Trabajo de crear al Hombre Psicológico, será en realidad de verdad, trabajando sobre si mismos, no identificándonos jamás con ninguna circunstancia y Auto-Observarnos de instante en instante, de momento en momento.”




 

EL FUEGO Y EL CENTRO EMOCIONAL




          Mis caros hermanos: entre los centros que nosotros tenemos en nuestro organismo, no hay duda de que el más difícil de controlar es el Centro Emocional, porque el Intelectual aunque que cueste trabajo, al fin con ciertas discipli­nas, más o menos lo vamos controlando. El Motor, que es el que produce los movimientos (que está situado en la parte superior de la es­pina dorsal), es controlable también. Uno puede controlar los movimientos de su cuerpo: caminar si quiere, levantar un brazo, si quiere levantarlo, o no levantarlo si no quie­re levantarlo; arrugar el entrecejo o no arru­garlo. Así, todas las actividades del Centro Motor están bajo la voluntad, pero el Centro Emocional es terrible; esa cuestión de las emo­ciones negativas, del sentimiento y del senti­mentalismo, etc., se torna difícil de poder controlar.


          En el Indostán, por ejemplo, comparan el Centro Emocional a un elefante. Un elefante loco, por ejemplo, ¿qué hacen en el Indostán para controlarlo? Le colocan, de lado y lado, dos elefantes sanos, cuerdos (los amarran para que no se vayan), y entonces los dos cuerdos logran, al fin, enseñar al loco a ser cuerdo, y al fin el elefante loco queda cuerdo. Es un sistema que usan los indostanes, y está bueno.


El Centro Emocional es un "elefante", el Intelectual es otro "elefante" y el Motor otro "elefante" (el Centro Motor-Instintivo-Sexual). Estos dos "elefantes": el Intelectual y el Motor, deben controlar al "elefante loco" de las emociones. Si en un momento queremos estallar en emociones de desesperación o de angustia, es decir, si nos hemos identificado con alguna emoción negativa y estamos mal, ¿qué debemos hacer? Acostarnos en la cama, relajarnos y poner la mente en blanco. Al relajarnos, estamos actuando con el Cen­tro Motor, puesto que relajamos todo el cuer­po, aflojamos todos los músculos, toda tensión en el organismo, y al poner la mente en blanco, es decir, al llevar la mente a la quietud y el silencio, ¿qué sucede? Al Centro Emocional no le queda más remedio que calmarse un poco, serenarse, y al fin el Centro Intelectual y el Centro Motor vienen a dominar al Emo­cional, son los dos "elefantes cuerdos" que vienen a domar al "elefante loco".


          También es posible controlar a las emociones inferiores, mediante las emociones superio­res. Hay muchos tipos de emociones inferio­res (ustedes lo saben muy bien). Se muere un familiar: gritamos, lloramos, nos desespera­mos. ¿Por qué? Porque no queremos cooperar con lo inevitable, y eso es lo peor de lo peor (uno, en la vida, debe apren­der a cooperar con lo inevitable). No nos conformamos, porque se nos murió un ser querido, y gritamos llenos de angustia y no aceptamos, y vemos el cuerpo dentro del féretro, allí, y sin embargo no nos parece que esté muerto, y no lo creemos, no es posible para nosotros que ese ser haya muerto, y nos entregamos a la angustia y a la desolación. ¡Es te­rrible eso!


          ¿Cómo podríamos dominar ese estado? De dos modos: lo uno, podríamos apelar al "par de elefantes" (el Centro Motor y el Centro In­telectual), relajar el cuerpo y poner la mente quieta y en silencio (ese sería un sistema). Otro: podríamos nosotros apelar a una emo­ción distinta, a una emoción superior. Tal vez nos haga mucho bien, en esos mo­mentos, escuchar una sinfonía de Beethoven, o "La Flauta Encantada" de Mozart, o sumergirnos, llenos de emoción, en profunda medi­tación, reflexionando sobre los Misterios de la Vida y de la Muerte. Entonces, mediante una emoción superior, controlamos a las emociones inferiores y anulamos el dolor que nos da la muerte de ese ser querido; eso es obvio.


          El Centro Emocional es muy interesante, pero nosotros tenemos que adueñarnos de las emociones inferiores, controlarlas y someterlas, y eso es posible de acuerdo con nuestra didáctica. Las emociones inferiores causan mucho daño, emociones inferiores como los toros, emo­ciones inferiores como el cine, emociones infe­riores como las orgías de las grandes pachan­gas, emociones inferiores como las del que se saca la Lotería, o las del que se emociona por una noticia del periódico, o sobre una guerra, o sobre tantas cosas que hay en el mundo; emociones inferiores como las que da el tequila, emociones inferiores como las que desa­rrollan las gentes en todas sus bestialidades, que no sirven sino para fortificar los agre­gados psíquicos inhumanos que en nuestro interior cargamos (y crear nuevos también, además).
 
          Se hace necesario eliminar las emociones inferiores, mediante las emociones superiores (eso es posible); aprender a vivir una vida edifi­cante y esencialmente dignificante, ¡eso es lo fundamental! De lo contrario, no sería posible progreso alguno. ¿Cómo, de qué manera? Ante todo, necesitamos ser más sinceros con nosotros mismos, a fin de desarrollar el Centro Emocional Superior y liberarnos de las emo­ciones meramente negativas y superficiales. Hay gente que es cortés con los otros, son decentes; hay gente que le brinda amistad a la otra gente, pero ese es el aspecto público o exo­térico, dijéramos, pero eso no es todo. Sabien­do que tenemos una psicología interior, no basta solamente sabernos comportar decentemente con otras gentes, no basta solamente la fragancia de la amistad, desde el punto de vista externo.


          ¿Cuál es el comportamiento que nosotros tenemos, internamente, para con la otra gente? Normalmente, quienes brindan amistad a otra persona, tienen dos facetas: la de afuera y la de adentro. La de afuera, aparentemente es magnífica, pero la de adentro, ¿quién sabe? ¿Estamos seguros de que no criticamos al amigo, a quien le hemos brindado tanta estimación? ¿Esta­mos seguros de que no sentimos alguna antipa­tía por algunas de sus facetas? ¿Estamos segu­ros de que no lo estamos atrayendo a la "cue­va" esa que tenemos, de la mente, para torturarlo, para hacer escarnio de él, mientras le estamos sonriendo dulcemente? ¡Cuántas gentes estiman a alguien, pero en su interior no dejan de criticar a aquel alguien a quien estiman! Aunque no exterioricen sus críticas, hacen escarnio de sus mejores amigos; aunque sonrían dulcemente, en presencia de ellos.

          Solamente debemos ser más completos, más integros; tratemos por un momento de poner en igualdad de marcha a dos relojes (al de afuera y al de adentro, al exterior y al psicoló­gico), que marchen en perfecta armonía el uno y el otro, porque de nada sirve que nosotros es­temos portándonos bien con nuestras amistades, que estemos brindándoles nuestro cariño, si por dentro las estamos criticando, si por dentro las estamos torturando. Es mejor que los dos relojes (el exterior y el interior), marchen al uní­sono, segundo a segundo, de instante en ins­tante. Debemos ser más completos, más íntegros, dejar la crítica (mordaz, psicológica, interior), a gentes que estimamos. ¿Cómo es posible esa contradicción: que estimemos a una persona y por dentro la estemos criticando?, ¿que estemos hasta hablando bien de esa persona a quien estimamos, pero por dentro nos la estemos tra­gando viva?
 
          Ahora, ustedes deben saber muy bien que dentro de cada uno de nosotros vive mucha gente, todos los Yoes. Cuando uno agarra un Yo de esos y lo estudia con el sentido de la autoobservación psicológica, puede eviden­ciar que tiene los centros: el Centro Intelec­tual, el Centro Emocional y el Centro Motor-­Instintivo-Sexual, es decir, que posee los tres cerebros. Cualquier Yo tiene mente embotellada, tiene voluntad embotellada, es una persona completa. Así, dentro de nosotros existen, pues, muchas personas; dentro de cada persona viven muchas personas: los agregados psíquicos.


          Así, cualquier amistad que tengamos nosotros, merece que sea, dijéramos, debidamente tratada. Tienen ustedes un amigo, por ejemplo; hay cosas del amigo que les gustan a ustedes y hay cosas que les disgustan a ustedes. Ustedes son amigos de algún Yo de su amigo, o de unos cuantos Yoes de su amigo, pero hay otros Yoes de su amigo que les molesta a ustedes, que les causa antipatía (porque tenemos que tener en cuenta que dentro de cada persona se manifiestan muchas personas). Ustedes suelen ser amigos de determinados agregados de tal o cual amigo, de tal o cual persona, pero no son amigos de to­dos los agregados del amigo ese, en cuestión. Por eso dicen: "hay cosas de este amigo que me gustan, hay cosas que me disgustan; tiene cosas buenas, tiene cosas malas" (esa es la forma que tenemos para hablar y depende del tipo de agregado que esté en un momento dado hablando). Entonces la amistad que sentimos por otros no es completa: sólo sentimos amistad por unos cuantos agregados de esa persona, pero no sentimos cariño por los otros agrega­dos de esa persona.


          Puede que a esa persona físico psicológica, a la cual estimamos, tenga agregados psicoló­gicos que no estimamos, y en determinadas horas dicha persona nos cae pesada, precisa­mente porque se están expresando otros agre­gados con los cuales no tenemos amistad. ¡Esa es la cruda realidad de los hechos! Si sólo tuviéramos un Yo permanente, diríamos: "Soy amigo de fulano de tal, en forma total, completa" (no le encontraríamos peros ni tachas de ninguna especie). Pero resulta que no hay un Yo permanente, sino muchos. Entonces, ¿a cuál agregado de esos, o a cual Yo de esos, del sujeto xx, es que nosotros estimamos? ¡No será a todos! Por eso necesitamos ser comprensivos, en esto de la interrelación.
 
          ¿Por qué pelean los amigos? Sencillamente porque de pronto interviene, dentro de la per­sonalidad, un agregado que no es amigo del amigo, y entonces viene la discordia. Pero si luego ese agregado se retira e interviene otro que sí es amigo del amigo, ¡ah, hacen las paces! Qué fatuas son entonces las amistades: no son completas, y no son completas porque no son comprensivas, no entienden esto de la plu­ralidad del Yo; si no, serían completas, sa­brían disculpar los defectos del amigo y no reñirían con él. Falta ese conocimiento, para que nosotros no riñamos con nuestros amigos; falta hacernos más conscientes de eso. Así mejoraríamos nosotros la interrelación, la convivencia.

          Existen simpatías que podríamos decir son mecánicas y antipatías mecánicas. Ni una ni otra sirven, porque son mecánicas. A veces de­cimos: "Fulano de tal me cae gordo"; pero ¿qué es eso que nos "cae gordo" de fulano de tal? Un agregado psíquico que posiblemente no es amigo de nosotros; eso es todo.


          Nosotros no debemos tratar, pues, de hacer una simpatía a la fuerza con alguien que antipatizamos, sino ante todo descubrir cuál es la causa de la antipatía, y cuando descubrimos a base de reflexiones que esa antipatía es mecánica, la antipatía desaparece entonces por sí misma, y queda la simpatía. Más, ¿cómo podríamos, o qué base podría servirnos para llegar a la conclusión de que una antipatía es mecánica? Yo digo que, sencillamente, comprender la pluralidad del Yo. Es indubitable que dentro de toda persona, viven muchas personas. Por eso es que en determinada gente, por ejemplo, en deter­minado sujeto, se expresan algunos agrega­dos que no nos gustan y esto es mecánico. Reflexionemos en que, dentro de esa perso­na que nos cae gorda, también hay agrega­dos que pueden simpatizar con nosotros y ser serviciales y amigos; que no todos los agre­gados que se manifiestan en un sujeto xx, son desagradables para nosotros: pueden manifestarse, en un fulano xx que no nos gusta, agregados que sí nos gustan.
 
 Si reflexionamos en eso, si comprendemos este punto de vista de la pluralidad del Yo, desaparece la mecánica antipatía, que es tan perjudicial, porque desarrolla cada vez más y más los elementos psíquicos inhumanos que están relacionados con el Centro Emocional negativo. Cuando más vayamos eliminando los agregados del Centro Emocional negativo, más y más se irá desarrollando en nosotros el Centro Emocional Superior. Empero digo que el Centro Emocional Superior es grandioso, es más poderoso que el intelecto. Con el Centro Emocional Superior podemos nosotros comprender la naturaleza del fuego. Los libros sagrados están escritos con carbo­nes encendidos, es decir, con fuego. El lengua­je de "La Biblia", por ejemplo, es parabólico, es el lenguaje del Centro Emocional Superior. Las experiencias místicas e incorpóreas, ob­viamente son parabólicas, y solamente se pue­den entender con el Centro Emocional Supe­rior. Los Misterios de la Vida y de la Muerte son perfectamente cognoscibles mediante el Centro Emocional Superior; eso es obvio.


          Les he dicho a ustedes que la Mónada en no­sotros es lo más importante, y en cuanto más vayamos eliminando los elementos psíquicos inferiores, más y más iremos recibiendo las ra­diaciones de la Mónada. Esta Mónada es Atman-Buddhi. Atman es el inefable; él recibe la fuerza que deviene del Demiurgo Creador, y el Demiurgo Creador la recibe a su vez de Adhi Buddha, la Seidad Incognoscible. Atman, como desdoblamiento del Divino Arquitecto del Universo, es inefable; es lo que se llamaría el Paramatman o el Shivatatwa. Buddhi, a pesar de que es tan espi­ritual, resulta más corpóreo, dijéramos, mas concreta que Atman. Buddhi-Eros, como principio ígneo, obviamente se va haciendo cada vez más evi­dente para nosotros; sus radiaciones nos van llegando cada vez más y más hondo, a medida que vayamos disolviendo las emociones negativas del Centro Emocional (y conforme el Centro Emocional Superior se vaya desarrollando).

          Atman-Buddhi es la Mónada, es la realidad dentro de nosotros, lo que cuenta, el Ser real en nosotros.


          Nosotros tenemos que luchar, eliminando emociones negativas, para ir acercándonos cada vez más y más a la Mónada, y la Mónada precisamente nos ayuda, porque de Buddhi emana Eros, esa fuerza sexual extraordinaria con la que nosotros podemos desintegrar los agrega­dos psíquicos en la Forja de los Cíclopes.

          ¿Qué sería de nosotros sin Eros? A Eros se opone Anteros (las potencias del mal), que no están fuera de nosotros, sino dentro de nosotros, aquí y ahora (son todos esos agrega­dos del Centro Emocional inferior, el Anteros). Si eliminamos las emociones negativas y de­sarrollamos el Centro Emocional Superior, ire­mos penetrando cada vez más en la esencia del fuego, nos iremos acercando más y más a nues­tra Mónada Interior que siempre nos ha sonreído.


          No olviden ustedes que el Centro Emocio­nal, en su principio es puro, radiante. Las emo­ciones inferiores, ubicadas en las partes o en los puntos inferiores del Centro Emocional, cons­tituyen el Emocional Inferior; pero si elimina­mos las emociones inferiores, entonces queda todo perfecto y como una flor deliciosa, el Cen­tro Emocional Superior. En todo caso, Atman es el rayo que nos une al Logos y al Adhi Buddha. La fuerza de Adhi Buddha y del Logoi interior, llega a Atman y en Buddhi queda contenida, pero el acercamiento a Buddhi es imposible mientras nosotros tengamos emociones negati­vas. En otros términos: el acercamiento a la Mónada se hace difícil si continuamos con las emociones inferiores.
         
 No debemos aceptar emociones inferiores dentro de nosotros; debemos cultivar las emo­ciones superiores (la música), debemos escu­char a Beethoven, debemos escuchar a Mozart, a Liszt, a Tchaikowsky; debemos aprender a pintar, pero que los cuadros que pintemos no sean infrahumanos; debemos verter en ellos nuestros sentimientos más nobles. Todo lo que nosotros hagamos, debe ser dignificante y esen­cialmente edificante. Uno se llena de éxtasis al contemplar las co­lumnas corintias de los tiempos antiguos, o los mármoles de Roma o de Atenas, o las escultu­ras magníficas de una Isis morena en la tierra de los Faraones, o de un Apolo, o de la Venus de Milo, o de la Casta Diana. Uno se llena de éxtasis, vibra con emoción superior, al escuchar por ejemplo la lira de los tiempos antiguos, o al entregarse a la meditación profunda, entre el seno de la naturaleza, o al pasearse por las ruinas de la antigua Roma, o al caminar por las orillas del Ganges, o al caer de rodillas ante el Gurú, entre las nieves perpetuas de los Himalayas. Entonces vibra la emoción superior.
 
          En los tiempos antiguos, allá en la Lemuria, en las épocas en que los ríos de agua pura de vida manaban leche y miel, cuando todavía la lira de Orfeo no había caído sobre el pavimento del templo, hecha pedazos, el Centro Emocional Superior vibraba intensamente en cada ser humano. Esa era la época de los titanes, la época en que los seres humanos que poblaban la faz de la Tierra, podían ver el aura de los mundos y percibir más de la mitad de un Holtapannas en las tonalidades del color (bien sabemos que un Holtapannas tiene más de cinco millones de tonalidades). Pero cuando el Centro Emocional inferior se desarrolló con las pasiones violentas, con la lujuria, con el odio, con las guerras crueles entre hermanos, entonces ese sentido se atrofió, quedó metida la humanidad dentro de este mundo tridimensional de Euclides.


          Ha llegado la hora de entender que sólo mediante el Centro Emocional Superior, es po­sible penetrar más profundamente dentro de nosotros mismos. Si nosotros procedemos rectamente, si apren­demos a vivir, si aprendemos a relacionarnos con nuestros semejantes en una forma bella, entonces nos acercamos más y más a la Mónada sagrada y distintos chispazos de Conciencia Cósmica nos irán sorprendiendo, se irán hacien­do cada vez más continuos, hasta que al fin, un día, tengamos todos, en realidad de verdad, la Conciencia despierta, la Conciencia Superlati­va del Ser, el Buddhi. Ese día seremos dichosos; en esa deliciosa mañana, las vibraciones de Buddhi nos satura­rán totalmente y sabremos vivir, de verdad, en estado conscientivo perfecto.

                                                          V.M. SAMAEL