jueves, 3 de mayo de 2012

EL AUTOCONOCIMIENTO DEL SER






          Ante todo, es necesario llegar uno a conocer su propio Ser, pero conocerlo desde el punto de vista exclusivamente objetivo. Sería imposible poder conocer a nuestro propio Ser interno desde un punto de vista subjetivo, y eso es obvio.
          En Psicología oficial, consideran que "sub­jetivo" es lo positivo, lo claro, lo real, y que "objetivo" es lo secundario. Están equivocados los psicólogos, porque "objetivo" es, en Psicología real, revolucionaria, lo espiritual, lo real, lo verdadero, y "subjetivo" lo incoherente, lo vago, lo impreciso, lo material. Debemos tener pues, en cuenta, estos factores.
          Cuando digo que "necesitamos conocer al Ser en forma completamente objetiva", estoy afirmando una gran verdad, y hay que apre­hender eso que estoy afirmando.
          Nuestro Ser, en el mundo de las doce leyes, está condicionado por las mismas y es repre­sentado por el Sol (es el mundo de doce leyes). También está condicionado por el mundo de las veinticuatro leyes (es el mundo planetario, el sistema solar), o está condicionado por un mundo de cuarenta y ocho leyes (es el mundo físico) y en la forma más densa, está condicionado por el mundo de las noventa y seis leyes. De manera que nosotros necesitamos cono­cer al Ser, no solamente en el mundo de las doce leyes, o de las veinticuatro, sino en todos los mundos, y esto requiere muchos esfuerzos; no esfuerzos, dijéramos, indirectos, sino directos, cen­trales.
          Nosotros necesitamos, en verdad, autoconocernos ("Hombre, conócete a ti mismo y cono­cerás al universo y a los Dioses"), porque sólo conociéndonos a sí mismos, podemos trabajar directamente sobre sí mismos. Si no nos cono­cemos a sí mismos, ¿cómo trabajaríamos sobre sí mismos? ¡Imposible!, ¿verdad? Porque lo que estamos buscando es un cambio, una transformación radical, y esto solamente es posible autoexplorándonos, porque así po­dremos trabajar (directamente) sobre nosotros mismos.
          Cuando hablo de "trabajar sobre nosotros mismos", debe saberse entender. Podríamos convertirnos en imitadores de alguien, pero en este caso no trabajaríamos en forma central, no serían esfuerzos centrales los que haríamos sino unilaterales. Podríamos imitar al jefe de familia, o a la jefa, o a algún instructor, pero entonces ese no sería un esfuerzo central, directo.
          Krishnamurti dice, por ejemplo: "Yo no quiero secuaces ni seguidores, sino tan sólo imitadores de mi ejemplo". Me parece esto demasiado egoísta, pues si alguien se convierte en imitador de Krishnamurti, ya no está haciendo un esfuerzo central; no, ya es un tra­bajo de imitación, pero el trabajo de imitación no es un trabajo en sí mismo, sobre sí mismo, directamente. No, lo está haciendo desde un ángulo, lo está haciendo en forma unilateral; no es un trabajo central, no es un esfuerzo central.
          Yo no les digo a ustedes que me imiten, yo tengo, hacia ustedes, un esfuerzo central; yo les digo a ustedes que hagan un esfuerzo cen­tral y una serie de super esfuerzos centrales, que trabajen sobre sí mismos, directamente. Sólo así es posible producir un cambio dentro de nosotros mismos.
          Pero, obviamente, cuando uno trabaja sobre sí mismo en forma objetiva, cuando hace es­fuerzos centrales, directos, para producir el cambio, sucede que nos atacan en forma inten­siva el centro emocional inferior, y puede de­cirse que el centro emocional inferior es catas­trófico, tenebroso, horrible.
          Cuando surgen ataques contra el centro emo­cional inferior, se sufre realmente; aparecen, en nuestro camino, gentes que nos hieren, que clavan el puñal en el centro emocional infe­rior, sentimos que nos torturan el corazón. Claro, hay tendencia siempre a reaccionar contra aquellos que en una u otra forma nos hieren; tenemos esa marcadísima tendencia a la reacción, y si reaccionamos, se vigoriza el centro emocional inferior (y eso es gravísimo). Sin embargo, esta lucha contra las emociones inferiores tiene ciertas ventajas. Una de ellas es, precisamente, la más importante: es que surge, como resultado del conflicto aquel, de la lucha contra las emociones, de las palabras que nos hieren, nuestro Ser individual, producto de la lucha, del esfuerzo. Este Ser individual surge vigoroso, directo a la manifestación, y es obvio que unifica todas nuestras funciones. Nuestros centros, que an­tes marchaban desbaratados, unos contra otros, se integran maravillosamente. Es mediante esa lucha contra las emociones inferiores, es mediante esos super esfuerzos objetivos y cen­trales (no indirectos ni unilaterales), como se consigue en verdad la individualidad potente y la integración del Ser.
          Al citar esta palabra, "integración del Ser", debemos reflexionar un poco; porque, realmente, nuestro Real Ser Interior profundo, no está integrado: se compone de muchas partes autónomas y autoconscientes.
          En las Sagradas Escrituras se habla, por ejemplo, de los Doce Apóstoles. Cuando las gentes leen La Biblia, toman los Doce Apóstoles a la letra muerta. Se dicen que "eran pescadores", que "seguían a Jesús de Nazaret, al Cristo", pero el inicia­do que está trabajando sobre sí mismo en forma directa, sobre su propio Ser, viene a descu­brir a esos Doce Apóstoles, a esos doce "pescadores", y lo grave es que los viene a descubrir, no fuera de sí mismo, sino dentro de sí mismo. Viene, con asombro, a darse cuenta que esos Doce Apóstoles son doce partes de su propio Ser; entonces se olvida un poquito de la cuestión meramente histórica y atiende mejor al evangelio dentro de sí mismo.
          Los Doce Apóstoles son las doce potestades que, con la Iniciación Venusta, penetran en el vientre de la Divina Madre Kundalini, para venir un poco más tarde a la existencia física, y esto resulta importantísimo.
          Cuando se habla de los Veinticuatro Ancianos del Apocalipsis de San Juan, que "arrojan sus coronas a los pies del Cordero", hay que saberlo entender. Tampoco son personajes extraños a nosotros mismos: son veinticuatro partes autónomas y autocons­cientes de nuestro propio Ser. Y cuando se menciona a los Cuatro Santos, a los Cuatro Devarajas, no están allá, en los cuatro puntos cardinales de la Tierra: están dentro de nosotros mismos y tienen poder sobre los cuatro elementos. Y cuando se habla del cordero inmolado que "perdona los pecados del mundo", no pensemos en un per­sonaje histórico, de hace 1.977 años. No niego la existencia del Gran Kabir, Jeshua Ben Pandira; sería absurdo negarlo puesto que es el autor de la Pistis Sophía (esto es histórico), pero pensemos que ese Jeshua interior (al cual hace tanta alusión Pablo de Tarso), en el Jesucristo Intimo, en el Logos humanizado; en el rayo ese, logóico, que cada uno de nosotros tiene y que penetra en el vientre materno de la Divina Madre Kundalini Shakti, para venir más tarde a la manifestación (por la Iniciación Venusta).
          Debemos recordar que el Logos no es un individuo humano ni divino. Se equivocan los que así piensan; el Logos es unidad múltiple perfecta. Cada uno de no­sotros tiene su rayo logóico (por decirlo así), su Cristo Intimo, que cuando se humani­za dentro del vientre materno, se convierte en Jesucristo Intimo (Jesús significa "Salva­dor"). Christus, o Vishnú, u Osiris: ese es nuestro rayo logóico.
          Cuando Pablo de Tarso habla tanto de Je­sucristo, no se refiere a él como personaje histórico, sino al Jesucristo interior de cada uno de nosotros. A ese mismo se refería siempre, sabiamente, aquel hombre maravilloso y santo que escribiera su "Guía Espiritual", aquel famoso hermano Fray Diego de Molinos. Obviamente, ese hombre murió mártir, en un calabozo de la Inquisición. Escribió una "Imi­tación de Cristo", que tiene más sabor, dijéra­mos, nirvánico que dogmático.
          Así que, hermanos, ese Jesucristo Intimo es el que cuenta. Si un iluminado invoca de verdad, en los mundos de conciencia cósmica a Jeshua Ben Pandira, él le hará éste saludo, señalándole el corazón, lo que quiere decir: "Búscame aquí, adentro; busca al Cristo aquí, adentro". Porque Jeshua Ben Pandira vino a traer la doctrina del Cristo Intimo, en la mis­ma forma que Gautama (el Buddha) Sakyamuni, trajo la doctrina del Buddha Interior.
          Así, mis queridos hermanos, quiero que re­flexionen en lo que significa todo esto.
          Cuando se habla también de aquel gran místico que se llamara Santiago, el Apóstol, se debe comprender: el mercurio de la filosofía secreta; es el representante mismo del mercurio, que es una de las doce potestades que llevamos en nuestro interior. El es Santiago El Mayor, es el bendito Patrón de la Gran Obra, es el que nos enseña a nosotros la ciencia maravillosa de la Gran Obra.
          El "Padre de todas las luces", es el Anciano de los Días, y entre parén­tesis, cada uno de nosotros tiene su anciano. Por medio de Santiago El Mayor, él nos enseña la ciencia bendita de la Gran Obra. ¡Vean ustedes cuan importante es Santiago!
          Y cuando se habla de Felipe, no se piense solamente en Felipe el apóstol, aquel que bau­tizó al eunuco a la orilla de un río, de una fuente; aquel maravilloso personaje que aparecía y desaparecía como por encanto, que viajaba por los aires y asombraba, pues, a los pue­blos. Y ese es, ciertamente, el Felipe interior (cada uno lo carga). Es obvio que si lo invocamos con pureza de corazón, si le rogamos nos saque del cuerpo físico y nos lleve por las regiones suprasensibles del eterno espacio, seremos asistidos por él. Así que, esas doce potestades están dentro de nosotros mismos, no fuera de nosotros mismos.
          Y bien, no nos quedamos allí: está el Guardián del Umbral del Mundo Astral, el Guardián del Umbral del Mundo Mental, el Guar­dián del Umbral del Mundo Causal (he ahí tres guardianes).
          ¿Y qué diremos de la Divina Madre Kundalini Shakti? Ella tiene cinco aspectos: el de la Inmanifestada, que es el más oculto y terrible de todos (Nerske). En nombre de la verdad, ni yo mismo he podido entrar (por lo menos en esta reencar­nación) en el Templo de Nerske. En los templos de la Inmanifestada, la puerta es muy estrecha, aunque sea cristalina. Obviamente, algún día pienso entrar, pues los Dio­ses también sufren mucho para poder lograr entrar al Templo de Nerske.
          Luego viene el de la Manifestada, llamémosla Isis, llamémosla Adonía, Insoberta, Rea, Tonantzin, Cibeles, Diana, María o Marah. No importa el nombre que le demos; ella está más cerca de nosotros, nos asiste con intensiva sabiduría, amor y poder. Ella es una parte de nuestro Ser, pero derivado.
          Y hablemos también del tercer aspecto de la Madre Cósmica: como terror de amor y ley, que castiga a los iniciados cuando éstos merecen ser castigados. Es la Reina de los infiernos y de la muerte, no importa que la llamemos Proserpina o Cuatlicue o Hékate, la terrible Hékate. En todo caso, nos castiga para nuestro propio bien, y es una parte también de nuestro propio Ser.
          ¿Y qué diremos de la Divina Madre Natura? Ella es la autora de nuestros días, la verdadera artífice de nuestro cuerpo físico, la que en el laboratorio humano, unió al óvulo con el zoospermo para que surgiera la vida; la creadora de la célula germinal con sus cuarenta y ocho cromosomas. Obviamente, nuestra Divina Madre Natura es sabia por naturaleza.
          Por último, tenemos el quinto aspecto: como Maga Elemental, como Señora que nos da los impulsos instintivos, como reina de los elementos. Ella, como Maga Elemen­tal, es maravillosa.
          Así pues, el Buddha Gautama nos habla de "ser conductor de la Vaca Sagrada". Algún día (no se extrañen) cada uno de nosotros tiene que convertirse en el conductor de los cinco aspectos maravillosos de la vaca de las cinco patas, de la vaca sagrada. Por cierto que la Blavatsky vio por allá en el Indostán, una de esas maravillas de la na­turaleza: una vaca blanca de cinco patas, la quinta la llevaba en la jiba, con ella espantaba las moscas; la conducía un joven de la secta Shadú, que se alimentaba con esa leche. De cuando en cuando, aparecen (y ya han aparecido en América también) casos de esos, viva representación de los cinco aspectos de la Divina Madre Kundalini, de los cinco aspectos de la Kundalini Shakti.
          Así van viendo, ustedes, todos los distintos aspectos de nuestro Ser.
          El es el Dios León, también, el león de la ley; él es el Policía del Karma, que en nuestro interior cargamos, que surge de nuestra Conciencia cuando hemos cometido algún error (el Kaom).
          Tenemos nuestro Anubis particular, propio, que nos aplica tam­bién la ley.
          Y tenemos a un Metraton (re­lacionado con el hombro derecho) y a un Sandalfon (relacionado con el hombro iz­quierdo).
          Y tenemos al Señor del tiempo, que puede traernos la memoria de nuestras antiguas existencias, nuestros recuerdos, todo eso tenemos en nuestro interior.
          Y tenemos a la Minerva, que no solamente allá, en el Macrocosmos, la tiene una parte de nuestro Ser, sino que la tiene también aquí y que puede realizar dentro de nosotros operaciones extraor­dinarias.
          Sí, mis queridos hermanos: nuestro Ser tie­ne muchas partes autónomas, autoconscientes, independientes. La parte superior de nuestro Ser es el viejo de los siglos. Y no po­dríamos perfeccionar las distintas partes del Ser, si no elimináramos de nosotros mismos los elementos inhumanos que siempre car­gamos; todos esos agregados psíquicos, viva personificación de nuestros errores.
          Así, queridos hermanos, que "tal como es arriba, es abajo". Si en la parte más elevada de nuestro Ser hay una multiplicidad, también en la parte inferior está la multiplicidad del Ego (por oposición). No podríamos, repito, purificar o perfeccionar (ya que las partes elevadas del Ser están perfeccionadas) la parte más elevada del Ser, sin haber destruido hasta el último de los agregados psíquicos. Quien logre desarrollar la parte más elevada del Ser, quien logre purificarla, recibe el grado de Ishmesch.
          Los grados se conocen en los cuernos. El Lucifer Interior, que es una refle­xión del Logos dentro de nosotros mismos, tie­ne cuernos. Por el número de cuernos, se reconoce el grado de desarrollo espiritual y perfección de la Razón Objetiva que hemos alcanzado. Quienes poseen seis cuernos, los seis tridentes en los cuernos, han realizado la Gran Obra, han logrado estable­cerse en el Sagrado Anklad; pero quie­nes poseen los nueve tridentes en los cuernos, se integran con el Eterno Padre Cósmico Común.
          Ahora bien, por oposición, tenemos tam­bién una multiplicidad en el Ego; por oposición debemos desintegrarlos.
          Hay dos tipos de integraciones, mis queridos hermanos. Podemos integrar al Ser y es una integración cósmica, la cristalización positiva. Y hay otra integración, mis queridos her­manos: la integración negativa de quienes integran el Ego y se convierten en de­monios terriblemente perversos. Los hay: los magos negros que han cristalizado, los magos negros que le rinden culto a todas las partes del Ego, que las han reunido en sí mismos, que se han integrado totalmente (esa es una integración negativa, la integración del Ego).
          Hay escuelas que le rinden culto al Ego, que lo veneran, que lo adoran, que consideran a los distintos agregados psíquicos como "valores positivos", "maravillosos" y que los cuidan mucho. Esos equivocados integran el Ego, se convierten en tenebrosos, en magos de las tinieblas. Los hay en el Sol Negro (por oposición), la antítesis del Sol que nos ilumina. Los hay entre las entrañas del submundo, los hay en Lilith, la Luna Negra; son crista­lizaciones equivocadas, integraciones negativas. Nosotros debemos hacernos conscientes de todo lo que es eso.
          Así pues, en la lucha contra las emociones ­negativas, surge el Ser, comienza poco a poco el proceso de integración del Ser. Pero, por oposición, se intensifica la desintegración del Ego, hasta su aniquilación total.
          En el camino de la investigación, no debe­mos olvidar que se hace necesario estudiar al Ser, no solamente, repito, en el mundo de las doce leyes, sino también en el de las veinticuatro, en el de las cuarenta y ocho y hasta en el de las noventa y seis, porque el Ser está condicionado por los distintos agregados psíquicos que llevamos en nuestro interior, y eso es obvio.
          Una vez que nosotros hemos comprendido esto, comprendemos también la necesidad de comprender a otros. No podríamos compren­der a otros, si no nos hemos comprendido a sí mismos. Para poder comprender a otros (en una forma real y verdadera), lo que se necesita es ponernos de acuerdo. Alguien dice por ahí: "Bueno, yo comprendo a fulano, pero no estoy de acuerdo con él", lo cual es absurdo. Si se le comprendiera, se estaría de acuerdo con él. Precisamente, por lo que no se le compren­de, no se está de acuerdo con él; eso es obvio. ¿Cómo se puede comprender a alguien y no estar de acuerdo con ese alguien? Esto es cues­tión estrictamente matemática. Si sumamos 20 + 20, ¿qué cantidad nos daría? Cuarenta, ¿verdad? Bien, si dividimos 40 entre 2, ¿qué queda? Veinte, eso es obvio. Bien, entonces veinte, ¿qué vendría a ser? Vendría a ser, dijéramos, lo que podríamos llamar la media matemática exacta, entre dos cantidades: 20 y 40. Pero esa cantidad matemática media, entre dos cantidades, obviamente nos viene a dar el equilibrio entre el Ser y el Saber; eso es claro. Debe haber un perfecto equilibrio entre el Ser y el Saber; si no hay un equilibrio perfecto entre el Ser y el Saber, pues sencillamente no hay comprensión. Así, si se comprende a alguien, se le debe comprender y si no se le com­prende, pues no se le comprende y eso es todo.
          Podría ser que ese alguien, que presumimos haber comprendido, tenga ideas diferentes a las nuestras y que digamos: "Sí, lo he comprendido, pero no estoy de acuerdo con él". Pues en este caso, no lo hemos comprendido; si no, estaríamos de acuerdo con él; lo que estoy diciendo es de difícil comprensión, pero es real.
          Si fulano es protestante y nosotros somos gnósticos, y hemos comprendido que él es pro­testante, en su punto de ver la religión y de­cimos: "Lo comprendo, pero no estoy de acuerdo con su Iglesia Protestante, con sus ideas protestantes, pues sencillamente no lo hemos comprendido. Pero si nosotros lo hemos comprendido realmente, entonces sabemos que está repitiendo determinadas parábolas bíblicas y que las está repitiendo en forma dogmática. Si las está repitiendo en forma dogmática, ¿entonces qué sucede? Comprendemos que las está repitiendo en forma dogmática. Si entendemos que éste es un Hombre Numero Tres, un hombre meramente intelectual, entonces decimos: "Este hombre está repitiendo lo que ha estudiado en La Biblia, lo que otros le han enseñado; es un hombre del tercer nivel (me­ramente intelectual), lo he comprendido. No le discuto, puedo entenderlo, porque él, es Hombre Numero Tres, y yo soy Hombre Numero Cuatro, o Numero Cinco, etc.; por lo tanto, él está en su verdad; lo he comprendido y soy su amigo"... Eso se llama "comprender", realmente, y "estar de acuerdo".
          Para comprender a alguien, hay que estar de acuerdo con ese alguien. Si ese alguien, por ejemplo, habla inglés y nosotros hablamos es­pañol, ¿cómo podríamos comprenderlo? Tene­mos que estar de acuerdo en algo: en el lenguaje, o en los símbolos, para podernos enten­der. De lo contrario, ¿cómo nos entenderíamos? No habría entendimiento alguno. Así que, necesitamos entendernos.
          Considerando estas cosas, mis queridos hermanos, la comprensión, realmente, resulta algo que hay que investigar a fondo. Aquí, en nuestros estudios, aprendemos a comprender; comprendiendo la enseñanza, avanzamos en el sentido de comprensión.
          Es indispensable comprender. Nosotros ne­cesitamos comprender la Gnosis, pero hay que equilibrar el Ser y el Saber, pues si el Saber es mayor que el Ser, no hay equilibrio; si el Ser es mayor que el Saber tampoco hay equilibrio. El Ser y el Saber necesitan equilibrarse, sólo así surge la comprensión.
          Es vital comprender y a medida que avanzamos (autoexplorando, dijéramos, todas esas partes de nuestro Ser), la comprensión va surgiendo cada vez más y más en nosotros; eso es obvio.
          La comprensión nos lleva muy lejos en nues­tros estudios. En todo caso, luchamos por la integración del Ser, queremos la desintegración del Ego. Por lo tanto, urge trabajar profundamente sobre nosotros mismos.
          Para poder desintegrar el Ego, hay necesi­dad de comprender cada agregado psíquico que vamos a desintegrar. Por ejemplo, la ven­ganza (no confundir la justicia con la venganza); justicia es una cosa, venganza es otra. Hay muchos que dicen: "La venganza es dulce" y eso es absurdo (en absoluto) y toman la justicia por su propia mano (eso es venganza). La Gran Ley se encarga de cobrar las cuentas en cada caso; nosotros no tenemos por qué ocupar el puesto de la Gran Ley. Si descubrimos que somos vengativos, nece­sitamos comprender el proceso de la venganza. Para comprender el proceso de la venganza, se hace necesaria la meditación, la reflexión, pues se confunde (muy fácilmente) el proceso de la venganza con el proceso de la justicia, y te­nemos siempre una marcadísima tendencia a tomar la justicia por nuestras propias manos (eso es venganza, somos vengativos). Si alguien nos hiere con la palabra, reaccionamos violentamente (eso es venganza), no so­mos capaces de permanecer callados ante un insultador, ante alguien que nos está ofendien­do; siempre tenemos esa marcadísima tendencia a reaccionar por cualquier palabrita que nos digan, y siempre nos sentimos aludidos, y aunque estamos en el camino, una y otra vez respondemos reaccionando.
          Observen ustedes a todos los hermanitos del Movimiento Gnóstico en general: ¿hay algu­no que acaso no reaccione, en una u otra forma, ya sea verbalizando su reacción o guardándola en secreto? Todos tienen esa marcada ten­dencia a responder ante la palabra que ofende, ante la sonrisa que hiere, ante los ojos que apu­ñalean (todos tienen esa marcadísima tendencia a reaccionar). Hay quienes ocupan (por ejemplo) el ara, esto que es lo más sagrado, el altar, para dirigirse a los hermanos, ofendiéndolos, hiriéndo­los, vengándose de los unos, vengándose de los otros, etc. No se ha dado, eso, aquí en nuestra Sede Patriarcal, por primera vez; pero sí, en otras latitudes de América, los sacerdotes se ponen sus vestiduras sagradas para usar, dijé­ramos, la tribuna de la elocuencia, para dirigirse al público, y lo hacen con segundas inten­ciones: hiriendo a fulano, a zutano, a menga­no, vengándose de perencejo, etc. ¿Ustedes creen que van bien esas gentes, siempre reaccionando? Es que hay una marcada tendencia, siempre, a confundir la justicia con la venganza.
          Cuando uno comprende, pues, el proceso de la venganza, puede darse el lujo de desintegrar el agregado psíquico de la misma; pero sólo comprendiéndolo debidamente. Antes, ¿cómo podría desintegrarlo?
          ¿Y qué diremos, por ejemplo, de los celos? Hay muchas clases de celos, no solamente celos pasionales o amorosos. No, hay celos políticos, hay celos religiosos, hay celos por amistades, etc. (son múltiples los celos). ¿Y qué es eso que se llama "celos"? ¡El temor de perder lo que más se ama! Resultan, pues, del Yo del apego... Un hombre teme perder a su mujer y la cela horriblemente; una novia teme perder a su novio, y lo cela espantosamente; de ahí resultan conflictos horrendos, muer­tes, venganzas, odios y cincuenta mil cosas por el estilo.
          ¿Cómo podría uno desintegrar ese Yo de los celos, si no sabe que son el producto del temor, del temor de perder lo que más se quie­re? ¿Cómo podríamos eliminar ese Yo de los celos, si ignoramos que es el resultado del apego, si creemos, equivocadamente, que es el producto del amor? ¿Cómo podría el amor tener celos, si el amor es perfecto, si el amor es divino? Los celos no pueden venir del amor, porque el amor todo lo entrega, nada quiere para sí, todo para el ser que ama; no desea sino la feli­cidad del ser que adora, sabe sacrificarse por el bien del que ama. Entonces los celos no vie­nen del amor, vienen del Ego. Pero si uno ignora eso, si lo está justificando, ¿cómo po­dría eliminarlo, de qué manera? ¡Imposible!
          Así que, es necesario, primero que todo, des­cubrir el defecto que debemos desintegrar, y luego comprenderlo a través de la reflexión evidente del Ser, a través de la meditación de fondo, y una vez comprendido, se está preparado para la eliminación.
          Así, mis queridos hermanos, es necesario que uste­des reflexionen en todo esto. Mientras uno no haya desintegrado el Ego, está expuesto a muy graves errores: a juzgar, a odiar, a sentir de­seos de venganza, a vengarse, etc., etc., etc.
          Comprender a otros, sí es algo especial. Pero, ¿cómo podríamos comprenderlos, si no nos comprendemos a sí mismos?
          Hay siete niveles de hombres y no podemos negarlo. Primero, es el nivel meramente instintivo; el segundo es el nivel exclusivamente emocional y el tercero es el nivel intelectual. Más allá de esos tres niveles, está el cuarto nivel: el del hombre equilibrado, el del hombre que ya equilibró los centros de su máquina orgánica. Pero luego viene el quinto nivel: el de aquellos que han fabricado un Cuerpo Astral, que pueden vivir en el Mundo Astral conscientemente. El sexto nivel es el de aquellos que pueden vivir en el Mundo de la Mente (conscientemente), porque ya se fabricaron su Cuerpo Mental. Y el séptimo, es el de aquellos que están establecidos en el Mundo Causal (con Cuerpo Causal), como Hombres Causales.
          Obviamente, los Hombres Número Uno, Dos y Tres, son los que más daño causan, no se comprenden unos a otros. Los Hombres Número Uno, Dos y Tres, viven dentro del círculo de la "Torre de Babel"; allí existe la "confusión de lenguas", allí nadie entiende a nadie. Ellos son los que han provocado la primera y segunda guerra mundial, ellos son los que tienen al mundo entre el desorden. Los Hombres Número Cuatro, Cinco, Seis o Siete, no harían lo que hacen los Hombres Número Uno, Dos y Tres. Los Hombres Cuatro, Cinco, Seis y Siete, no provocan guerras, no tienen al mundo en conflicto. Son los uno, dos y tres, los que han traído tanta amargura sobre la faz de la Tierra.
          Pero entre los Hombres Número Uno, Dos y Tres, hay distintos grados de comprensión; eso es obvio. Entre los Hombres Número Uno, Dos y Tres, hay mucha clase de gente. Así pues, vean ustedes lo que significa la comprensión. Nosotros debemos comprender todo, hacernos conscientes de sí mismos, autoexplorarnos profundamente, para autoconocernos.
          Ya les decía yo, en pasadas reuniones, que había dos aspectos capitales, dos factores deci­sivos en nuestros estudios. El uno, la recordación de sí mismo; el otro, la relajación del cuerpo. Recordarse a sí mis­mo, de su propio Ser Interior Profundo y relajarse en profunda meditación: así adviene a nosotros lo nuevo, así (poco a poco) nos vamos autoexplorando y eso es fundamental.
          Ahora, al concluir esta platica, esta tesis, doy oportunidad a los hermanos, aquí presen­tes, para que pregunten lo que no hayan entendido. Tienen la palabra nuestros hermanos.

          P.- Venerable Maestro, haciendo referen­cia a su plática pasada, sobre el relajamiento y el recuerdo de sí, ¿qué es lo que da el recuerdo de sí: el equilibrio de los tres cerebros, o es el recuerdo de sí el que equilibra los cilin­dros de la máquina orgánica?
          R.- La Recordación del propio Ser Interior profundo, produce, o coopera, o ayuda al sur­gimiento del Ser individual en uno. Obviamente, cuando el Ser surge en uno, equilibra entonces los cinco centros de la máquina orgá­nica: Centro Intelectual, Centro Emocional, Centro Motor, Centro Instintivo, Centro Sexual. En verdad, viene el equilibrio de los cinco cen­tros de la máquina.

          P.- Entonces, ¿el recuerdo de sí no puede surgir espontáneamente, sino a través del traba­jo sobre la falsa personalidad?
          R.- Es obvio que esa recordación de sí mismo, implica un trabajo: la personalidad se relaja, para quedar en estado pasivo. Entonces los mensajes que vienen del Ser, a través de los Centros Superiores, pues llegan a la men­te y esto trae orden y armonía en los centros.

          P.- Maestro: dijo usted que por el Ser, se logra el equilibrio de los centros.
          R.- ¡Así es!

          P.- Pero allí entra en juego la personalidad y los conflictos de la mente. Pregunto: ¿de qué manera se podrían conjurar esos conflictos de la mente, para lograr de ella la atención verdadera y lograr así el equilibrio del Ser?
          R.- Pues cuando se habla de relajación, hay que entenderlo integralmente, porque si vamos a relajar exclusivamente los músculos, que siempre están tensos, no hemos comprendido, integralmente, el proceso de la relajación. Se trata de relajar, no solamente los músculos o nervios del cuerpo, sino también la mente. Cuando la mente está quieta, cuando la mente está en silencio, cuando ya no proyecta, cuando está en estado receptivo, integral, entonces adviene lo nuevo. Pero mientras exista una mente proyectista y un cuerpo en tensión, no adviene jamás lo nuevo. De manera que, para que la mente pueda no estar en conflicto, durante unos instantes siquiera, debe haber relajación física y mental. Entonces todos esos conflictos desaparecen por un instante, por un instante surge el Ser en nosotros. Es un momento de vacío que el Ser aprovecha para llenarlo, y entonces adviene lo nuevo. Así, poco a poco, el Ser (lentamen­te) va produciendo la unión de todos los cen­tros de la máquina orgánica, van desaparecien­do los conflictos entre los tres cerebros: inte­lectual, emocional y motor. Así, por segundos, por minutos, podemos re­cibir mensajes de los mundos superiores. Pero se necesita constancia en el traba­jo; ese es el camino a seguir.

          P.- Venerable Maestro: usted nos hablaba de las diferentes partes autónomas y autocons­cientes del Ser y nos puso algunos ejemplos, hablándonos de los apóstoles que están dentro de nosotros mismos. ¿Cuál parte autónoma y autoconsciente del Ser, está relacionada, íntimamente, con la aniquilación del Yo?
          R.- ¡Judas Iscariote! Pero no pensemos solamente en el Judas aquel de hace 1.977 años, sino en el Judas interior de cada uno de nosotros. Judas Iscariote nos en­seña, con entera claridad meridiana, la doctri­na de la desintegración del Ego. Judas Iscariote no es, como muchos piensan, un hombre que traicionó a su Maestro. No, él realizó un pa­pel, enseñado por su Maestro, y nada más. El mismo Jesús de Nazaret se lo preparó y Judas lo aprendió de memoria y lo representó a con­ciencia, públicamente.
          La doctrina de Judas indica cómo lograr la eliminación de todos los agregados psíqui­cos, la muerte del Ego. Por esa razón Judas se ahorcó, para indicar que el Ego debe reducirse a cenizas. Judas representó un papel y nada más; se preparó a conciencia. Para no contradecir en nada las Sagradas Escrituras, lo ensayó varias veces, antes de hacerlo públicamente, como un actor hace su papel y nada más.
          Judas era y sigue siendo el discípulo más exaltado de Jesús El Cristo, logró la cristifi­cación.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario