Cuando se inicia el trabajo interno, se corrobora, como
una de las primeras necesidades, la urgencia de la transformación de las impresiones de nuestra existencia, debido a que se descubre lo pernicioso de la actuación, mecánica e hipnótica, habitual.
La reacción maquinal ante tales impresiones se fundamenta, sin duda alguna, en los elementos, agregados e inhumanos, que llevamos dentro, es decir, en los yoes que vibran en nuestra psiquis y que constantemente pugnan por manifestarse.
una de las primeras necesidades, la urgencia de la transformación de las impresiones de nuestra existencia, debido a que se descubre lo pernicioso de la actuación, mecánica e hipnótica, habitual.
La reacción maquinal ante tales impresiones se fundamenta, sin duda alguna, en los elementos, agregados e inhumanos, que llevamos dentro, es decir, en los yoes que vibran en nuestra psiquis y que constantemente pugnan por manifestarse.
Lo que
verdaderamente interesa es
cambiar. Si honradamente se
pretende lograr esa transformación, en forma efectiva,
se debe empezar por transformar las impresiones. El Maestro
señala: “he ahí la clave para la transformación radical del individuo.” Y ello es así porque transformar las impresiones de la
vida
significa, ni más ni menos,
que perfeccionarse a sí mismo.
La dificultad en plasmar dicha transformación se encuentra en el hipnotismo de los sentidos. Pero, no resultará posible esa revolución en nosotros si seguimos pegados al mundo de los cinco sentidos. Debemos tener presente en forma inequívoca, que, si el trabajo es negativo, se debe exclusivamente a la culpa propia.
La dificultad en plasmar dicha transformación se encuentra en el hipnotismo de los sentidos. Pero, no resultará posible esa revolución en nosotros si seguimos pegados al mundo de los cinco sentidos. Debemos tener presente en forma inequívoca, que, si el trabajo es negativo, se debe exclusivamente a la culpa propia.
Pero, de lo anterior, no debe
concluirse que la transformación de la existencia resulte totalmente imposible. Antes, al contrario, resultará de todo punto factible, si
nos
lo proponemos en forma
rigurosa y tenaz, constituyendo pedimento, para ello, eso sí la transformación inteligente de nuestras
impresiones.
Por tanto, transformar las impresiones de la vida equivale a transformarse uno mismo. Para ello cual debemos conceptuar nuestra vida como un trabajo, consistente en hallarnos permanentemente en recuerdo de sí mismos, tratando de priorizar lo Vertical, en detrimento de lo horizontal.
Por tanto, transformar las impresiones de la vida equivale a transformarse uno mismo. Para ello cual debemos conceptuar nuestra vida como un trabajo, consistente en hallarnos permanentemente en recuerdo de sí mismos, tratando de priorizar lo Vertical, en detrimento de lo horizontal.
Una de las primeras conclusiones a que se debe
llegar es que la vida externa, nuestra existencia, no existe tal como la percibimos. Lo que realmente advertimos, a cada instante,
son impresiones. La vida se constituye por una sucesión de impresiones y de reacciones negativas que
se manifiestas como respuesta incesante
a esas impresiones que llegan a la mente.
Por tanto, la realidad de la existencia son sus impresiones que impactan en nuestra mente a través de la ventana de los sentidos. Por consiguiente, la vida constituye algo muy distinto a lo que normalmente se da por cierto: una sucesión encadenada de impresiones.
Por tanto, la realidad de la existencia son sus impresiones que impactan en nuestra mente a través de la ventana de los sentidos. Por consiguiente, la vida constituye algo muy distinto a lo que normalmente se da por cierto: una sucesión encadenada de impresiones.
Todas las reacciones
forman nue stra vida personal.
Luego, la tarea consiste en transformar las impresiones de la existencia de modo que no provoquen ese tipo de respuesta. Pero, para lograrlo, resulta precisa la auto-observación de instante en instante, estudiando a fondo nuestras propias impresiones.
Como la existencia nos exige reaccionar continuamente, y todas esas reacciones forman nuestra vida personal, se concluye que cambiando nuestras propias reacciones cambiaremos nuestra existencia.
Luego, la tarea consiste en transformar las impresiones de la existencia de modo que no provoquen ese tipo de respuesta. Pero, para lograrlo, resulta precisa la auto-observación de instante en instante, estudiando a fondo nuestras propias impresiones.
Como la existencia nos exige reaccionar continuamente, y todas esas reacciones forman nuestra vida personal, se concluye que cambiando nuestras propias reacciones cambiaremos nuestra existencia.
El mundo
exterior no es tan exterior como normalmente se cree. De lo
anterior, se desprende que el mundo
exterior, tal como propiamente nosotros lo
percibimos, no existe. Lo que sí florecen
son impresiones y éstas presentan naturaleza interior, y, por tanto, las
reacciones ante tales impresiones son indudablemente
interiores.
Cualquier persona, en la vida, va formando un conjunto de reacciones, características y personales, que constituyen las experiencias prácticas de su existencia. Como toda acción produce una reacción, impresiones de cierto tipo vienen a producir reacciones asumidas, mecánica y naturalmente.
Este proceso se ha denominado experiencia de la vida.
Cualquier persona, en la vida, va formando un conjunto de reacciones, características y personales, que constituyen las experiencias prácticas de su existencia. Como toda acción produce una reacción, impresiones de cierto tipo vienen a producir reacciones asumidas, mecánica y naturalmente.
Este proceso se ha denominado experiencia de la vida.
Dicha experiencia
se forma, generalmente, cuando las
impresiones, son distribuidas, equivocada y mecánicamente, por la personalidad para
evocar antiguas reacciones.
Si queremos hacernos conscientes de nuestra desdichada nuestra situación interior, debemos comprender que la personalidad transmite las impresiones mecánicamente, sin comprender en absoluto, lo que hace y sin preocuparse por las consecuencias de sus actos.
Eso sí, siente firmemente que está cumpliendo, en forma rigurosa y acertada, con su deber. Como suele relacionar las impresiones con centros equivocados, se producen, normalmente, resultados confusos, equivocados y hasta dolorosos.
Si queremos hacernos conscientes de nuestra desdichada nuestra situación interior, debemos comprender que la personalidad transmite las impresiones mecánicamente, sin comprender en absoluto, lo que hace y sin preocuparse por las consecuencias de sus actos.
Eso sí, siente firmemente que está cumpliendo, en forma rigurosa y acertada, con su deber. Como suele relacionar las impresiones con centros equivocados, se producen, normalmente, resultados confusos, equivocados y hasta dolorosos.
Si, por el contrario, las impresiones fueran recibidas por la Esencia,
serían transformadas porque, Ella las depositaría, en
forma adecuada y exacta,
en cada uno de los centros correspondientes de la máquina
humana.Pero, además de lo señalado, en relación con las
impresiones y su transformación, existen otros errores de concepto que conviene aclarar.
Como ya se ha indicado, las impresiones son interiores. Por tanto, todos los objetos y cosas que percibimos con nuestros sentidos, existen en nuestro interior únicamente en forma de impresiones. Por consiguiente, si nosotros no transformamos nuestras impresiones nada cambiará en nosotros, por cuanto no contamos con la capacidad de cambiar nada del exterior.
Como ya se ha indicado, las impresiones son interiores. Por tanto, todos los objetos y cosas que percibimos con nuestros sentidos, existen en nuestro interior únicamente en forma de impresiones. Por consiguiente, si nosotros no transformamos nuestras impresiones nada cambiará en nosotros, por cuanto no contamos con la capacidad de cambiar nada del exterior.
Si no se transforman
las impresiones, el resultado no se deja esperar: se agrava penosa nuestra
situación, por cuanto se provoca el
nacimiento de nuevos yoes que vienen a esclavizar
aún más a nuestra Esencia, a nuestra Conciencia, intensificándose, más todavía, el sueño en que vivimos.
De persistir en esa actitud, no sin mantenernos alerta, a fin de que la Conciencia reciba esas impresiones, estaremos provocando, y fomentando, la desaparición de la atención y, consecuentemente, favoreciendo la identificación.
Todo lo anterior viene a significar que, si no trabajamos con nuestro interior, vamos por el camino del error porque no modificaremos nuestros hábitos.
De persistir en esa actitud, no sin mantenernos alerta, a fin de que la Conciencia reciba esas impresiones, estaremos provocando, y fomentando, la desaparición de la atención y, consecuentemente, favoreciendo la identificación.
Todo lo anterior viene a significar que, si no trabajamos con nuestro interior, vamos por el camino del error porque no modificaremos nuestros hábitos.
El errado concepto de no conceder la debida importancia a las impresiones, se genera cuando las personas,
por lo común, mantienen
una fantasiosa postura, al creer que este mundo físico les va a
procurar todo lo
que
anhelan y desean.
Esto constituye una gran equivocación, por cuanto la vida común llega a nosotros en forma de impresiones, y sólo cambiando nuestras reacciones se puede transformar, en forma efectiva, la existencia.
Los eventos vividos con el centro de gravedad en la Conciencia se procesan, necesariamente, con el estado interior apropiado y ‘saben’ de otra forma. Ello supone, como ya se ha apuntado, activar la transformación de las impresiones, como interposición de la Conciencia ante los impactos que llegan a través de los sentidos sensoriales.
El Maestro denominó a este acto como el Primer Choque Consciente. Para llevar esta técnica a término, se requiere observar nuestro día ordinario, pues éste constituye la réplica de toda la existencia. En el día común, se observa la sucesión continua de multitud de impresiones que nos mueven a reaccionar mecánica e inconscientemente.
Conviene recordar que las impresiones son exteriores, mientras que las reacciones, ante aquéllas, presentan naturaleza interior.En este punto, interesa señalar que las impresiones constituyen uno de nuestros tres alimentos.
Esto constituye una gran equivocación, por cuanto la vida común llega a nosotros en forma de impresiones, y sólo cambiando nuestras reacciones se puede transformar, en forma efectiva, la existencia.
Los eventos vividos con el centro de gravedad en la Conciencia se procesan, necesariamente, con el estado interior apropiado y ‘saben’ de otra forma. Ello supone, como ya se ha apuntado, activar la transformación de las impresiones, como interposición de la Conciencia ante los impactos que llegan a través de los sentidos sensoriales.
El Maestro denominó a este acto como el Primer Choque Consciente. Para llevar esta técnica a término, se requiere observar nuestro día ordinario, pues éste constituye la réplica de toda la existencia. En el día común, se observa la sucesión continua de multitud de impresiones que nos mueven a reaccionar mecánica e inconscientemente.
Conviene recordar que las impresiones son exteriores, mientras que las reacciones, ante aquéllas, presentan naturaleza interior.En este punto, interesa señalar que las impresiones constituyen uno de nuestros tres alimentos.
Cuando recibimos
una impresión, en lugar de
identificarnos y satisfacer el deseo,
deberíamos, aunque se perciba gran violencia interior,
hacer lo contrario de lo
que quiere el ego. Esto que equivale
a impedir, cuando menos, su refuerzo
y engorde.
Pero, además de las impresiones del presente, debemos cuidarnos de los recuerdos mecánicos, y de los pensamientos que se originan producto de las impresiones no transformadas en el pasado. Unas y otras forman las debilidades que nos esclavizan.
La única forma de controlar los impulsos negativos derivados de ellos, es prestarles atención, estando alerta cuando se presentan.
Pero, además de las impresiones del presente, debemos cuidarnos de los recuerdos mecánicos, y de los pensamientos que se originan producto de las impresiones no transformadas en el pasado. Unas y otras forman las debilidades que nos esclavizan.
La única forma de controlar los impulsos negativos derivados de ellos, es prestarles atención, estando alerta cuando se presentan.
Ya metidos de lleno en la empresa de transformar las impresiones, se observará
la existencia de dos tipos: agradables y desagradables. Aunque parezca extraño, resulta igualmente difícil transformar unas y otras pues su única diferencia
estriba en que las primeras resultan complacientes para la
persona, mientras que las segundas provocan dolor.
Cuando ya existe cierta pericia y habilidad en la transformación de las impresiones, se observa que el dominio sobre las impresiones desagradables constituye, de hecho, cristalizar la Segunda Fuerza, el Cristo en nosotros mismos. Ello se expresa mediante el sabio postulado que dice: “Hay que recibir con agrado las manifestaciones desagradables de nuestros semejantes”.
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