sábado, 6 de julio de 2013

LA VIDA ESPIRITUAL 2DA PARTE



Dice el V.M. Samael: Encontrar o descubrir nuestra verdadera vocación individual, equivale de hecho a descubrir un tesoro muy precioso” .Y ciertamente es así quien descubre en su interior profundo la divina presencia de nuestro real Ser y descubre que en su  vida vive y palpita la luz del Cristo y se decide a obedecer sus mandatos y a seguirlo con coherencia se esfuerza por iniciar un camino intenso que conduce a Él. Para quien ha descubierto aquel “tesoro precioso” (del cual nos habla el maestro), por lo que vale la pena vender todo lo demás, la vida se abre con un horizonte de infinito, donde todo cobra luz y sentido ante la invitación a seguir y encarnar al Señor y dar testimonio de que Él es Camino, Verdad y Vida.
Ese seguimiento, lo debemos saber muy bien, no es sólo un esfuerzo por mejorar algunos detalles de nuestra vida, como: cambiar tal o cual defecto, o esforzarnos por vivir una que otra virtud. Lo que se nos pide es un cambio total, un cambio radical, una auténtica transformación de nuestro corazón de piedra en un corazón de carne que ame al unísono con el Corazón del Cristo y de su divina madre.
El V.M. Samael, nos dice: “Debemos cambiar nuestra manera de pensar, sentir y actuar, debemos dejar de ser quienes siempre hemos sido” El camino del gnóstico es un camino de despliegue integral, una senda que nos lleva a colaborar con la gracia que Dios derrama con abundancia para que todo nuestro Ser alcance «la estatura de la plenitud del Cristo».
Indudablemente una persona que no cambia en estos aspectos que nos señala el maestro, jamás alcanzaría tal cambio radical, no se trata de adquirir una nueva pose o un mero cambio de apariencia es algo más profundo es dejar de ser quien he sido hasta hoy. En este esfuerzo la vida espiritual tiene un lugar fundamental. Esto no resulta una novedad, pero hoy, incluso para quienes han hecho una opción clara por una vida de fe coherente, no son pocos los obstáculos para tener una vida espiritual intensa, obstáculos que yo mismo me he puesto por mí manera equivocada de ser.
El ritmo del mundo de hoy, las exigencias de los quehaceres diarios, las preocupaciones cotidianas, en muchas ocasiones "jalan" a los hombres y mujeres de nuestro tiempo fuera de sí y las alejan de su interior. La vida espiritual no aparece siempre como prioritaria y las urgencias de cada día la van relegando y marginando poco a poco, con consecuencias trágicas para la persona. Ciertamente disponemos de tiempo de sobra para las cosas del mundo, para los sistemas, para todo aquello que no es real y relegamos a un plano muy abajo el trabajo sobre sí mismo, la vida espiritual.
La vida espiritual no es una dimensión accesoria de la persona y su cuidado exige de nosotros una atención constante y permanente. Y es que para ser una persona espiritual se requiere de vivir en estado de alerta, vivir el instante es necesario alcanzar el estado de santidad mediante la eliminación de una personalidad egoica que tenemos y que nos hace cometer tantos errores alejándonos del Ser, de Cristo. “ Niégate a tí mismo, coje tú cruz y sígueme” estas palabras del Cristo nos abren a una comprensión de la vida espiritual muy profunda y que abarca a la persona toda. Se trata, en primer lugar, de descubrir la importancia que tiene negar eso que soy en estos momentos, el tipo de persona que soy.
Abrazar el supremo sacrificio de cargar la cruz en nuestras vidas como requisito para seguir al Cristo, pero cuantas veces deseamos “soltar” esa cruz. Cualquier evento desagradable que se nos presenta en la vida es suficiente para soltar nuestra cruz y de esta manera abandonar una vida espiritual. Es urgente que busquemos los medios necesarios para hacerla crecer y fructificar no en apariencias sino en hechos reales. No atender a nuestra vida espiritual significa poco a poco ir dejando secar nuestra vida interior, con lamentables consecuencias para nuestro despliegue y realización, para las otras dimensiones de nuestra vida.
Que nuestra vida gire en torno al Cristo

Debemos reflexionar sobre la necesidad de darle un “vuelco” a nuestra vida. Alguna veces nos topamos con personas que nos dicen: “La vida hay que vivirla…tú no sabes vivir la vida etc. Etc.” Pobres ilusos a lo que ellos le llaman vivir la vida no es otra cosa que condenar y matar esa vida, son equivocados sinceros aquellos que suponen que la vida debe estar llena de placeres mundanos, cuando el mismo Cristo nos enseño que la vida debe estar llena de renunciaciones de todo aquello que no es real, de todo aquello ilusorio. Pero para eso debemos buscar el hondo significado de la vida y te pregunto a ti que lees estas líneas ¿Qué significa la vida para ti? ¿Cuál es tu propósito de vida? ¿De dónde vienes y hacia dónde vas? Para que mi vida gire en torno del Cristo, necesito valorarla y para lograr esto se hace necesario cambiar los significados que tengo de la vida, pues solo valoro aquellas cosas que significan mucho para mí.
HACER DE LA VIDA UNA LITURGIA CONTINUA
Tenemos a nuestro alcance numerosos medios para ir avanzando por este camino de la vida espiritual. Todo aquello que nos ayude a emprender ese cambio radicar del que nos habla el Maestro alienta una vida espiritual intensa. Dentro de este camino la vida de oración cobra una importancia fundamental. Si bien es esencial entender que la vida espiritual no se reduce a la vida de oración, la oración es un aspecto nuclear de la vida espiritual, y por tanto todos debemos plantearnos con seriedad una atención constante a la vida de oración. La atención a la vida de oración es una parte importante en el despliegue de la vida espiritual.
Debemos procurar en nuestra vida tener aquellos momentos fuertes de Inspiración que nos renueven en nuestros compromisos y en nuestros deseos de una vida gnóstica coherente. Pero debe quedar claro que junto con la atención a la vida de oración, la vida espiritual implica todo esfuerzo por configurarnos con el Cristo, con nuestro real Ser. Toda lucha por despojarnos del "hombre viejo", todo esfuerzo por crecer en la vivencia de la virtud, toda iniciativa por vivir en presencia constante de Dios. Los momentos fuertes de oración son esenciales, como lo es también iluminar nuestras acciones a la luz del Plan divino de Amor, aprendiendo a vivir constantemente en la presencia del Señor.
El V.M. Samael, nos dice: Consciencia que duermes...Qué distinta sería si despertaras... Conocerías las siete sendas de la felicidad. Brillaría por todas partes la luz de tu Amor, se regocijarían las aves entre el misterio de tus bosques, resplandecería la luz del Espíritu y alegres los elementales, cantarían para ti versos en coro”
La urgencia de despertar nuestra conciencia dormida es primordial si queremos realmente vivir una vida espiritual. Se trata, a fin de cuentas, de hacer de nuestra vida un culto agradable a Dios, un gesto litúrgico. Esto hace además que cada ocasión de la vida sea una ocasión de apostolado. Quien vive haciendo de su vida un gesto litúrgico vive anunciando al Señor a través de cada una de sus acciones. Así, cada momento de la vida puede ser apostolado, puesto que la dinámica de enseñar no se reduce a momentos aislados a lo largo de la jornada, sino que brota de la vida misma de fe, esperanza, del ejemplo y caridad, y se plasma en la vida y acción cotidianas. El reto, entonces, es hacer de la vida cotidiana una liturgia continua. De esta manera, nuestra vida se volverá en todo momento una ofrenda agradable a Dios, una ocasión de darle gloria y cantarle alabanzas como la pisti sophia, siguiendo aquella hermosa invitación del apóstol Pablo: «sea que ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la gloria de Dios». Esta es la vida espiritual intensa que nuestra naturaleza reclama.

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