Dice el V.M. Samael: “Encontrar o descubrir nuestra verdadera
vocación individual, equivale de hecho a descubrir un tesoro muy precioso” .Y ciertamente es así quien descubre en
su interior profundo la divina presencia de nuestro real Ser y descubre que en su vida vive y palpita la luz del Cristo y se
decide a obedecer sus mandatos y a seguirlo con coherencia se esfuerza por
iniciar un camino intenso que conduce a Él. Para quien ha descubierto aquel “tesoro
precioso” (del cual nos habla el maestro), por lo que vale la pena vender todo
lo demás, la vida se abre con un horizonte de infinito, donde todo cobra luz y
sentido ante la invitación a seguir y encarnar al Señor y dar testimonio de que
Él es Camino, Verdad y Vida.
Ese seguimiento, lo debemos saber muy bien, no es sólo un
esfuerzo por mejorar algunos detalles de nuestra vida, como: cambiar tal o cual
defecto, o esforzarnos por vivir una que otra virtud. Lo que se nos pide es un
cambio total, un cambio radical, una auténtica transformación de nuestro
corazón de piedra en un corazón de carne que ame al unísono con el Corazón del
Cristo y de su divina madre.
El V.M. Samael, nos dice: “Debemos cambiar nuestra manera de pensar, sentir y actuar, debemos dejar de ser quienes siempre hemos sido” El camino del gnóstico es un camino de despliegue integral, una senda que nos lleva a colaborar con la gracia que Dios derrama con abundancia para que todo nuestro Ser alcance «la estatura de la plenitud del Cristo».
El V.M. Samael, nos dice: “Debemos cambiar nuestra manera de pensar, sentir y actuar, debemos dejar de ser quienes siempre hemos sido” El camino del gnóstico es un camino de despliegue integral, una senda que nos lleva a colaborar con la gracia que Dios derrama con abundancia para que todo nuestro Ser alcance «la estatura de la plenitud del Cristo».
Indudablemente una persona que no cambia en estos
aspectos que nos señala el maestro, jamás alcanzaría tal cambio radical, no se
trata de adquirir una nueva pose o un mero cambio de apariencia es algo más profundo
es dejar de ser quien he sido hasta hoy. En este esfuerzo la vida espiritual
tiene un lugar fundamental. Esto no resulta una novedad, pero hoy, incluso para
quienes han hecho una opción clara por una vida de fe coherente, no son pocos
los obstáculos para tener una vida espiritual intensa, obstáculos que yo mismo
me he puesto por mí manera equivocada de ser.
El ritmo del mundo de hoy, las exigencias de los
quehaceres diarios, las preocupaciones cotidianas, en muchas ocasiones
"jalan" a los hombres y mujeres de nuestro tiempo fuera de sí y las
alejan de su interior. La vida espiritual no aparece siempre como prioritaria y
las urgencias de cada día la van relegando y marginando poco a poco, con
consecuencias trágicas para la persona. Ciertamente disponemos de tiempo de
sobra para las cosas del mundo, para los sistemas, para todo aquello que no es
real y relegamos a un plano muy abajo el trabajo sobre sí mismo, la vida
espiritual.
La vida espiritual no es una dimensión accesoria de la
persona y su cuidado exige de nosotros una atención constante y permanente. Y
es que para ser una persona espiritual se requiere de vivir en estado de
alerta, vivir el instante es necesario alcanzar el estado de santidad mediante
la eliminación de una personalidad egoica que tenemos y que nos hace cometer
tantos errores alejándonos del Ser, de Cristo. “ Niégate a tí mismo, coje tú cruz
y sígueme” estas palabras del Cristo nos abren a una comprensión de la
vida espiritual muy profunda y que abarca a la persona toda. Se trata, en
primer lugar, de descubrir la importancia que tiene negar eso que soy en estos
momentos, el tipo de persona que soy.
Abrazar el supremo sacrificio de cargar la cruz en
nuestras vidas como requisito para seguir al Cristo, pero cuantas veces
deseamos “soltar” esa cruz. Cualquier evento desagradable que se nos presenta
en la vida es suficiente para soltar nuestra cruz y de esta manera abandonar
una vida espiritual. Es urgente que busquemos los medios necesarios para
hacerla crecer y fructificar no en apariencias sino en hechos reales. No
atender a nuestra vida espiritual significa poco a poco ir dejando secar
nuestra vida interior, con lamentables consecuencias para nuestro despliegue y
realización, para las otras dimensiones de nuestra vida.
Que nuestra vida gire en torno al Cristo
Debemos reflexionar sobre la necesidad de darle un “vuelco”
a nuestra vida. Alguna veces nos topamos con personas que nos dicen: “La vida
hay que vivirla…tú no sabes vivir la vida etc. Etc.” Pobres ilusos a lo que
ellos le llaman vivir la vida no es otra cosa que condenar y matar esa vida,
son equivocados sinceros aquellos que suponen que la vida debe estar llena de
placeres mundanos, cuando el mismo Cristo nos enseño que la vida debe estar
llena de renunciaciones de todo aquello que no es real, de todo aquello
ilusorio. Pero para eso debemos buscar el hondo significado de la vida y te
pregunto a ti que lees estas líneas ¿Qué significa la vida para ti? ¿Cuál es tu propósito de vida? ¿De dónde
vienes y hacia dónde vas? Para que mi vida gire en torno del Cristo, necesito
valorarla y para lograr esto se hace necesario cambiar los significados que
tengo de la vida, pues solo valoro aquellas cosas que significan mucho para mí.
Tenemos a nuestro alcance numerosos medios
para ir avanzando por este camino de la vida espiritual. Todo aquello que nos
ayude a emprender ese cambio radicar del que nos habla el Maestro alienta una
vida espiritual intensa. Dentro de este camino la vida de oración cobra una
importancia fundamental. Si bien es esencial entender que la vida espiritual no
se reduce a la vida de oración, la oración es un aspecto nuclear de la vida
espiritual, y por tanto todos debemos plantearnos con seriedad una atención
constante a la vida de oración. La atención a la vida de oración es una parte
importante en el despliegue de la vida espiritual.
Debemos procurar en nuestra vida tener
aquellos momentos fuertes de Inspiración que nos renueven en nuestros
compromisos y en nuestros deseos de una vida gnóstica coherente. Pero debe
quedar claro que junto con la atención a la vida de oración, la vida espiritual
implica todo esfuerzo por configurarnos con el Cristo, con nuestro real Ser.
Toda lucha por despojarnos del "hombre viejo", todo esfuerzo por
crecer en la vivencia de la virtud, toda iniciativa por vivir en presencia
constante de Dios. Los momentos fuertes de oración son esenciales, como lo es
también iluminar nuestras acciones a la luz del Plan divino de Amor,
aprendiendo a vivir constantemente en la presencia del Señor.
El V.M. Samael, nos dice: “Consciencia
que duermes...Qué distinta sería si despertaras... Conocerías las siete sendas
de la felicidad. Brillaría por todas partes la luz de tu Amor, se regocijarían
las aves entre el misterio de tus bosques, resplandecería la luz del Espíritu y
alegres los elementales, cantarían para ti versos en coro”
La urgencia de despertar nuestra conciencia
dormida es primordial si queremos realmente vivir una vida espiritual. Se
trata, a fin de cuentas, de hacer de nuestra vida un culto agradable a Dios, un
gesto litúrgico. Esto hace además que cada ocasión de la vida sea una ocasión
de apostolado. Quien vive haciendo de su vida un gesto litúrgico vive
anunciando al Señor a través de cada una de sus acciones. Así, cada momento de
la vida puede ser apostolado, puesto que la dinámica de enseñar no se reduce a
momentos aislados a lo largo de la jornada, sino que brota de la vida misma de
fe, esperanza, del ejemplo y caridad, y se plasma en la vida y acción
cotidianas. El reto, entonces, es hacer de la vida cotidiana una liturgia
continua. De esta manera, nuestra vida se volverá en todo momento una ofrenda
agradable a Dios, una ocasión de darle gloria y cantarle alabanzas como la
pisti sophia, siguiendo aquella hermosa invitación del apóstol Pablo: «sea que
ustedes coman, sea que beban, o cualquier cosa que hagan, háganlo todo para la
gloria de Dios». Esta es la vida espiritual intensa que nuestra naturaleza
reclama.
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