domingo, 8 de enero de 2012

La Oracion



El Venerable Maestro Samael Aun Weor repetía frecuentemente el siguiente aforismo: “Qui bene orat bene laborat, es decir, “quien bien ora bien trabaja.”

Toda persona que se haya propuesto iniciar su trabajo interno, no dudará que precisa una ineludible necesidad de oración, de imploración al Padre Interno, puesto que la oración constituye una de las tareas fundamentales del trabajo interno. Quien pugna por consagrar su conducta dentro de los parámetros de la línea vertical, en forma consciente, llega a percibir toda su existencia como algo sagrado, como una perenne y solemne ceremonia requerida para aguardar la llegada del Padre, a quien se anhela, desde lo s profundo, y a quien se implora auxilio mediante la oración, u oración-meditación, si así se prefiere. Pero, para que ese feliz advenimiento acontezca se requiere de un imprescindible cambio psicológico.

Interesa recordar el consejo tan reiterado por el Maestro: “combinar inteligentemente la meditación con la oración”. No existe en absoluto ninguna posibilidad de dejar de ser ego sin mostrarse humildes y sinceros, renegando de nuestra demoníaca condición por medio de la meditación-oración íntima. Lo anterior sugiere que la oración, en combinación con la meditación, implorando misericordia infinita a nuestra Madre Divina, nos ayuda mucho s de lo que quizá ni podamos sospechar. No debemos dudar que nuestra Ram-IO nos asiste a pesar de nuestra negligencia y de nuestra pereza, pues incluso, en muchas ocasiones socorre amorosamente a su implorante hijo adelantándose a la súplica.

Sumamente ingrato resultaría ser quien simplemente dude que su Madre Divina escucha y no atiende a sus ruegos, cuando estos surgen de una petición sincera y humilde. Sin duda, se encuentra en indiscutible desgracia quien no recuerda a su Divina Madre, a su Isis particular que, expectante, anhela una llamada, implorando auxilio, para sanar nuestro adolorido corazón. Sintamos su presencia por medio del recuerdo de sí, y se percibirá un cambio milagroso en la vida interior.

En esa situación, no debe pasarse por alto la siguiente reflexión: ¿cuál es nuestra relación con el Ser Interno? ¿Estamos alejados de nuestro Padre por no contar con la adecuada conexión con nuestros Centros Superiores del Ser? ¿Acudimos a nuestra Madre Divina, en oración, para implorar perdón por nuestra miserable condición, para suplicar su ayuda para dejar de ser demonios o para dar infinitas gracias por la atención y la ayuda que inmerecidamente nos concede? Suele acontecer una duda, en forma muy frecuente, sobre la identidad de a quién dirigir nuestra oración. Dejemos que el propio Maestro nos ilustre al respecto:

“Oración en el trabajo psicológico es fundamental para la disolución. Necesitamos de un poder superior a la mente, si es que en realidad deseamos desintegrar tal o cual ‘Yo’.” “Orar es platicar con Dios. Nosotros debemos apelar a Dios Madre en nuestra intimidad, si es que en verdad queremos desintegrar ‘Yoes’, quien no ama a su Madre, el hijo ingrato, fracasará en el Trabajo sobre sí mismo.”
“ÉL y ELLA son ciertamente las dos partes superiores de nuestro Ser Íntimo. Indubitablemente ÉL y ELLA son nuestro mismo Ser Real s allá del ‘YO de la psicología. ÉL se desdobla en ELLA y manda, dirige, instruye. ELLA elimina los elementos indeseables que en nuestro interior llevamos, a condición de un Trabajo continuo sobre sí mismo.”
“Las buenas intenciones y la repetición constante de las mismas, de nada sirven, a nada conducen.”
Tambn puede plantearse la duda sobre las condiciones precisas para que la oración resulte reconfortante o dé frutos positivos. La oración, realizada con el debido rigor, propicia que la Luz Interior brille, separando lo accesorio y negativo de la psiquis, al establecer un adecuado contexto místico interior. Y esto acontece cuando se ejerce el proceso que se señala, en la forma que se indica:

La primera condición que se requiere no es otra que una perfecta y plena concentración en el sagrado acto, con olvido total de la humana persona implorante. Cuando el hombre se ocupa con rigor, tanto en la oración, como en la profunda meditación para alcanzar determinada comprensión, suele encontrarse absorto en la meditación, sin advertir que medita, ni siquiera que existe. De lo anterior se concluye que, para orar acertadamente, no constituye buen sistema poner al espíritu en tortura, sino, por el contrario, conviene dejarlo con cierto desahogo.

No cabe duda que lo más admirado de este mundo suele ser fruto de la inspiración, subsiguiente, en muchas ocasiones, a la meditación o a la oración. La inspiración representa esa Luz fulgurante e instantánea que brilla de repente, sin que se sepa cómo ni porqué, en el entendimiento del hombre. Suele ocurrir que, tras largas horas de reflexión, no se alcance ningún resultado satisfactorio en cuanto al objeto de la meditación. También puede ocurrir que, tras ello, cuando el ánimo se encuentra distraído, ocupado en otros asuntos, y, por consiguiente, relajado, una aparición misteriosa le revela la Verdad.

Y, cuando la inspiración acude frecuente al encuentro de quien anhela el encuentro con el Íntimo, gradualmente va surgiendo, en forma natural, la intuición. En ese estado el advenimiento de la Verdad no será ya producto de un laborioso y pesado esfuerzo. Uno de los caracteres de la intuición lo constituye la inhibición, es decir, el ver sin esfuerzo lo que otros sólo descubrirían, si acaso lo logran, con mucho trabajo, o sea, ver todo inundado de Luz mientras los demás se encuentran en tinieblas. Una idea, un hecho, para la mayoría insignificante, a él revela mil y una circunstancias y relaciones antes desconocidas.

De lo expuesto sobre la oración, la inspiración y la intuición, resulta patente la conveniencia de perseverar en la oración y en el trabajo interno. Para el desarrollo de toda actividad existe una condición indispensable: el ejercicio. En lo interno, como en lo intelectual, y como en lo físico, el órgano que no funciona se paraliza, pierde su vigor y se atrofia. La inspiración jamás desciende sobre el perezoso y tampoco aparece cuando no hierven en el espíritu ideas y sentimientos fecundantes. En definitiva, la intuición desciende sobre quien ha engendrado un hábito de oración y de meditación a base de mucho perseverar.  No debe conducir a desánimo el hecho de que al principio, como resulta lógico, la oración no alcance gran profundidad. En este caso, correspondería ejercitar esa facultad mística con que todos contamos y, sencillamente, elevar nuestro corazón para hablar con Dios.  Con independencia de que la oración, rigurosamente efectuada, habría de practicarse en el Tercer Estado de Conciencia, para las fases iniciales, en quen no se logre alcanzar la significada elevación espiritual, la sencillez, de la oración, como la gota con su reiterada acción sobre la roca, ablandará nuestro corazón hasta el punto tal que nos convierta en digno interlocutor de nuestro Íntimo.

Pero, de lo anterior, no debe concluirse que alcanzar determinado estado de elevación espiritual constituya elemento imprescindible para, en un principio, orar a nuestro Ser Interno. A tal efecto, debe significarse que, los poderes del corazón, como el resto de facultades íntimas, se desarrollan por medio de la oración y de la meditación.  Debemos procurar que, por nuestra parte, se manifieste la parte s elevada. Por consiguiente, la oración, en sentido estricto, no puede ser llevada a término por el intelecto, ni, por supuesto, por el ego. Para que esto se produzca, debemos sintonizar en el estado adecuado de oración. En dicho estado, podremos percibir anhelo, concentración, imaginación, inspiración, amor, etc.

Ahora bien, incluso dando por cierto cuanto se ha señalado, pueden manifestarse diferentes pensamientos, de carácter derrotista, que intentan alejarn os de este necesario proceder y que, en consecuencia resulta de interés analizar.

Una primera dificultad puede provenir de auto considerarnos incapaces de sostener esa sagrada comunicación con nuestro Íntimo, llegando a la errónea conclusión de la existenc ia de una dificultad insalvable por nuestra parte, debida a la ausencia de percepción alguna. 
En este caso, debemos reflexionar sobre la advertencia que nos hizo Samael: “Orad, pues, buen discípulo, y luego con la mente muy quieta y en silencio, vacía de toda clase de pensamientos, aguardad la respuesta del Padre: ‘Pedid y se os dará, golpead y se os abrirá’. Por tanto, se advierte cómo la oración resulta, en sí misma, sumamente sencilla y entrañable. Por consiguiente, toda complicación advertida en el ejercicio de la meditación, resulta un añadido de nuestra mente.

Otra posible infundada consideración puede darse al concluir que somos totalmente incapaces de lograr un mínimo resultado, pues, tras mucho orar, nos seguimos sintiendo en tinieblas. A este res pecto, señalar, incluso para los casos en que se advierta una notable dificultad, que no cabe otro camino que la oración. Ésta, junto con la meditación, constituyen aspectos sobre los que se debe perseverar sin desaliento. Incluso, para casos extremos, pue de resultar preciso hasta implorar, fervorosa e insistentemente por el surgimiento de la fe como bendita gracia del Padre.

Por otro lado, tampoco debe echarnos para atrás el considerarnos, como probablemente así sea, puros demonios. Los Maestros y las Jerarquías ya conocen nuestra condición y nos advierten del hecho, cuando precisamente Ellos mismos nos recuerdan que no han venido a llamar a los justos, sino a los pecadores, para que se produzca el anhelado arrepentimiento y la suspirada transformación. En este contexto, no puede caber otra conclusión que la oración constituye la mejor, por no decir la única, herramienta para los casos casi perdidos como nosotros. Sólo con la oración a la Divina Madre tendremos una oportunidad de dejar de ser demonios; sólo con la oración podremos aspirar a la redención.

El Maestro Samael nos dijo: “El propósito de estos estudios es dejar de ser demonios. Y, no sin razón, también se dice que “vale s un pedazo de oración dicha por un demonio, que las oraciones de cien justos.”

Sin duda, el sincero acto de contrición y de arrepentimiento, provoca tal terremoto en los Cielos, produce tal alegría en los Justos y tal melodiosos cantos, que el estremecimiento provocado resulta absolutamente indescriptible. Lo anterior viene a significar que, por lo general, el corazón del humanoide, duro como roca, impera sobre la deseable paz que sobreviene sólo cuando existe paz interior. La paz interior amanece como resultado de la oración. Se confirma esta siguiente conclusión tras la lectura del edificante relato que sigue a continuación:

‘Unos hermanos dijeron al abad Antonio: “Queremos escucharte una palabra con la que podamos ser salvos”. Pero el anciano replicó: “Ya habéis escuchado la Escritura, con eso os basta”. E insistieron: “Queremos oírte a ti, Padre”. En anciano les contestó: “Oísteis al Señor que dice: Al que te abofetee en la mejilla derecha, preséntale también la otra”. Ellos le dijeron: “Eso no lo podemos cumplir”. El abad Antonio les dijo: “Si no podéis presentarle la otra mej illa, al menos llevad con paciencia la bofetada de la primera”. Y contestaron: “Tampoco podemos hacer eso”. El anciano les volvió a decir: “Si tampoco podéis hacer esto, al menos no prefiráis el golpear al ser golpeados”. Dijéronle los hermanos: “Tampoco nos es posible hacer esto”. Entonces el anciano dijo a su discípulo: “Prepara una medicina para estos hermanos porque están muy enfermos”. Luego, dirigiéndose a ellos les dijo: “Si no podéis ni esto, ni aquello, ¿qué puedo hacer con vosotros? Lo que necesitáis es mucha oración”.’

Jamás dudemos que “existe s alegría en el Cielo, por un pecador que se arrepiente que por mil justos que no necesitan de arrepentimiento.
Otra frecuente controversia interna, y también externa, la constituye el hecho de consider ar más importante la oración que el estudio, o viceversa. Ciertamente, la lectura y el estudio resultan sumamente precisos, hasta indispensables, para adquirir la necesaria cultura esotérica. Pero no menos obligado resultan la oración y la meditación al Padre (léase a las distintas partes del Ser) para que, de esta forma, la enseñanza comprendida pueda verse efectivamente aplicada. En este caso, sólo apuntar que cada persona, en su intimidad, debe encontrar el justo punto de equilibrio entre los dos factores, compensando adecuadamente su caso particular. Atendiendo a la propia esencia, íntima y personal, del acto de la oración, vamos a permitirnos reflejar algunas características relativas al ejercicio de su finalidad y de su frecuencia en el tiempo. Pero ello no pretende constituir una exposición genérica, infalible e incontestable, sino que intenta reflejar una descripción, quizá excesivamente personal, pero que pueda constituir una versión o una pauta para quien las pueda precisar.
al como se ha visto, uno de los propósitos s elementales de la oración lo constituye el acto de elevar el alma a Dios. Quien se encuentre abatido por su incapacidad de abordar la Gran  Obra, puede reflexionar en el hecho de considerar que la puerta del arrepentimiento
y del cambio se abre con en la oración.

Toda oración, además de constituir un sentimiento apacible y gozoso, como acto místico, puede revestir tres aspectos diferentes: dación de gracias, petición de ayuda e imploración de perdón. Debe advertirse, no obstante, que no resultará infrecuente que, en dichos casos, pueda producirse la manifestación del deseo por parte de algún agregado psicológico. Pero, la Misericordia Divina relega esto pues conoce que, en el fondo, se halla el anhelo de la Esencia atrapada entre el mí mismo.
La imprescindible adoración y dación de gracias a la Divinidad, en agradecimiento de nuestras bendiciones, y por el auxilio espiritual y la asistencia que se nos presta, aun cuando, en nuestra inconsciencia, ni siquiera lo sospechemos, resulta imprescindible, si somos sinceros con nosotros mismos. No será difícil reconocer que el ejercicio de
agradecimiento resulta necesario y obligado por cuanto, sin el misericordioso auxilio divino, en función de nuestra exclusiva capacidad personal, no llegaríamos a ningún lado. La ceremonia de canto de alabanzas a la Divinidad eleva el Espíritu y desarrolla la Emoción Superior.

La petición sincera de piedad, socorro y consuelo espiritual, pretende buscar auxilio para dejar de ser demonio, o ayuda puntual ante una experiencia particularmente dolorosa. Interesa señalar, por tanto, que, el acto de petición e imploración no puede consistir, en modo alguno, en justificar nuestros egoísmos, o exigir el cumplimiento de nuestros arbitrarios caprichos, sino en implorar fuerza para superar nuestra miserable condición. Pedir auxilio divinal equivale a reconocer que necesitamos invariablemente su asistencia, porque, debido a nuestro lamentable estado, hemos perdido toda capacidad de cumplir la Voluntad del Padre. La petición contrita de perdón por todas las iniquidades cometidas, y ayuda, misericordia y piedad, para el cambio interno. Por consiguiente, no resulta menos importante ser consciente de la necesidad diaria

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