Los autores que
afirman la existencia de un ego o yo permanente e inmutable son equivocados
sinceros de muy buenas intenciones.
Es urgente saber
que dentro de nuestros cuerpos lunares animales tenemos un yo pluralizado.
Cada sensación,
cada emoción, cada pensamiento, cada sentimiento, pasión, odio, violencia,
celos, ira, codicia, lujuria, envidia, orgullo, pereza, gula, etc., están
constituidos por pequeños yoes, que de ninguna manera se hallan ligados entre
sí ni coordinados de modo alguno.
No existe, no
hay, un yo íntegro, unitotal, sino una multitud de mezquinos, gritones y
pendencieros yoes que riñen entre sí, que pelean por la supremacía.
A los monjes del
monasterio del Monte Athos les encanta hacerse conscientes de todos estos
pequeños yoes, aprenderlos a manejar, pasarlos de un centro a otro. Los monjes
se arrodillan y elevando sus brazos con los codos doblados dicen
"Ego" en voz alta y prolongando el sonido, mientras a la vez procuran
localizar el punto de su organismo donde resuena la palabra ego (yo). El
propósito de este ejercicio es sentir al yo, pasarlo de un centro a otro a
voluntad.
Los yoes que
tenemos metidos dentro de los cuerpos lunares son verdaderos demonios creados
por nosotros mismos. Tal yo sigue automáticamente a tal otro yo y algunos
aparecen acompañados de otros, pero no existe orden en todo esto, no hay
verdadera unidad en esto, sólo existen asociaciones accidentales, pequeños
grupos que se asocian en forma inconsciente y subjetiva.
Cada uno de
estos pequeños yoes sólo representa una ínfima parte de la totalidad de
nuestras funciones, pero cree equivocadamente ser siempre el todo. Cuando el
animal intelectual equivocadamente llamado hombre dice yo, tiene la impresión
de que habla de él en su totalidad, pero en realidad sólo es uno de los
pequeños yoes de la legión el que habla.
El yo que hoy
está jurando amor eterno a una mujer tiene la impresión de ser el único, el
amo, el hombre y dice: "Yo te adoro", "yo te amo", "yo
doy la vida por ti", pero cuando ese yo enamorado es desplazado por otro
yo de su puesto de mando, entonces vemos al sujeto retirándose de la mujer,
enamorado de otra.
Todos esos yoes
son verdaderos demonios que viven dentro de los cuerpos lunares. Todos esos
pequeños yoes se fabrican en los cinco cilindros de la máquina; esos cinco
cilindros son pensamiento, emoción, movimiento, instinto y sexo. Ya en nuestro
pasado mensaje de navidad hablamos muy ampliamente de los cinco centros de la
máquina orgánica.
Es lamentable
que por falta de sabiduría los seres humanos estén fabricando en los cinco
cilindros de la máquina humana innumerables demonios que roban parte de nuestra
conciencia y de nuestra vida. Es también muy cierto y fuera de toda duda que a
veces se meten dentro de los cuerpos lunares algunos demonios o yoes ajenos,
creados por otras personas. Esos yoes ajenos se roban parte de nuestra
conciencia, se acomodan en cualquiera de nuestros cinco cilindros de la máquina
y se convierten por tal motivo en parte de nuestro ego (yo).
Realmente, el
animal intelectual no tiene verdadera individualidad, no tiene un centro de
gravedad permanente ni verdadero sentido de responsabilidad moral. Lo único de
valor, lo único importante que tenemos dentro de nuestros cuerpos lunares es el
buddhata, la sagrada esencia, el material psíquico que desgraciadamente
es malgastado por las distintas entidades que en su conjunto constituyen el
ego, el yo pluralizado.
Muchas escuelas
pseudoocultistas y pseudoesotéricas dividen al yo en dos. Aseguran
enfáticamente que tenemos un yo superior, divino, inmortal, y creen que dicho
yo superior o ego divino debe controlar al yo inferior. Este concepto es
totalmente falso, porque superior o inferior son dos aspectos de una misma
cosa. Al yo le encanta dividirse entre superior e inferior. Al yo le gusta
pensar que una parte de sí mismo es divina, inmortal. Al yo le gusta que lo
alaben, que le rindan culto, que lo pongan en los altares, que lo divinicen.
Realmente, no
existe tal yo superior, tal ego divino, lo único que tenemos dentro de los cuerpos
lunares es la esencia y la legión del yo, eso es todo. Atman, el ser,
nada tiene que ver con ningún tipo de yo. El ser es el ser y está más allá de
cualquier tipo de yo. Nuestro real ser es impersonal, cósmico, inefable,
terriblemente divino.
Desgraciadamente
el animal intelectual no puede encarnar a su real ser (Atman-Buddhi-Manas),
porque tiene únicamente cuerpos lunares y estos últimos no resistirían el
tremendo voltaje eléctrico de nuestro verdadero ser, entonces moriríamos.
Los demonios que
habitan dentro de los cuerpos lunares no están presos dentro de dichos cuerpos
animales; normalmente, entran y salen y viajan a distintos lugares o ambulan
subconscientes por las distintas regiones de la naturaleza. Después de la
muerte, el yo pluralizado continúa entre los cuerpos lunares, proyectándose
desde ellos a cualquier lugar de la naturaleza.
Los médium del
espiritismo o del espiritualismo prestan sus materias o vehículos físicos a
esos yoes de los muertos. Tales yoes aunque den prueba de su identidad, aunque
demuestren ser el verdadero muerto invocado, no son el real ser del fallecido.
El karma de los médium en sus vidas posteriores es la epilepsia. Todo
sujeto epiléptico en su pasada vida fue médium espiritista o espiritualista.
No todas las
entidades que constituyen el ego (yo) retornan a este mundo para reincorporarse
o renacer en un nuevo organismo. Algunas de esas entidades o pequeños yoes
suelen separarse del grupo para ingresar a los mundos infiernos de la
naturaleza o reino mineral sumergido, otras de esas entidades gozan
reincorporándose en organismos del reino animal inferior, en caballos, burros,
perros, etc..
Los maestros de
la Logia Blanca suelen ayudar a algunos muertos distinguidos que se hayan
sacrificado por la humanidad. Cuando nosotros nos propusimos investigar a
Pancho Villa, el gran héroe de la revolución mexicana lo hallamos en los mundos
infiernos obsesionado todavía con la idea de matar, amenazando con su pistola a
todos los habitantes del submundo. Sin embargo, este Pancho Villa del mundo
mineral no es todo. Lo mejor de Pancho Villa vive en el mundo molecular;
ciertamente, no ha alcanzado la liberación intermedia que permite a algunos
desencarnados gozar unas vacaciones en los distintos reinos moleculares y
electrónicos de la naturaleza, pero permanece en el umbral, aguardando la
oportunidad para entrar a una nueva matriz.
Eso que se
reincorpora de aquel que fue Pancho Villa no será jamás el Pancho Villa de los
mundos infiernos, el terrible asesino, sino lo mejor del general, aquellos
valores que se sacrificaron por la humanidad, aquellos valores que dieron su
sangre por la libertad de un pueblo oprimido. El desencarnado General, mejor
dijéramos los valores realmente útiles del General, retornarán, se
reincorporarán y la gran ley le pagará su sacrificio llevándole hasta la
primera magistratura de la nación. Hemos citado al General Pancho Villa a modo
ilustrativo para nuestros lectores. Este hombre recibió especial ayuda debido
al gran sacrificio por la humanidad.
Sin embargo,
existen en el mundo personas que no podrían recibir esta ayuda, porque, si se
les quitase todo lo que tienen de animal y criminal, no quedaría nada. Esa
clase de bestias humanas deben entrar en las involuciones de los mundos
infiernos de la naturaleza.
Cierto iniciado
sufría lo indecible porque en los mundos internos fracasaba todas las pruebas
de castidad, a pesar de que en el mundo físico había alcanzado la perfecta
castidad. Aquel iniciado se mortificaba, clamaba y suplicaba pidiendo ayuda a
su propia madre Kundalini. Su madre divina le ayudó; ella, la serpiente
ígnea de nuestros mágicos poderes rogó por él, por su hijo, por el iniciado, y
este fue llamado a juicio ante los tribunales del karma. Los terribles
señores del karma le juzgaron y condenaron al abismo, a las tinieblas
exteriores donde sólo se oye el llanto y crujir de dientes.
El iniciado
lleno de infinito terror escuchó la espantosa sentencia, el verdugo cósmico
levantó la espada y la dirigió amenazante contra el espantoso hermano, pero
sintió que algo se movía dentro de su interior y asombrado vio salir de sus
cuerpos lunares un yo fornicario, una entidad que había sido creada por él
mismo en antiguas reencarnaciones. La perversa entidad fornicaria ingresó a la
involución de los mundos infiernos y el iniciado se vio entonces libre de esas
internas bestialidades que tanto le atormentaban.
Realmente, el
ego es una suma de entidades distintas, diferentes. No existe un yo permanente
e inmutable, lo único que existe dentro de nuestros cuerpos lunares es el yo pluralizado,
una legión de diablos.
Tomado del libro
LA CIENCIA DE LOS HIJOS DEL SOL por el V.M SAMAEL
LA CIENCIA DE LOS HIJOS DEL SOL por el V.M SAMAEL
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