Cuando se tiene
fe en Dios, no es necesario explicarlo, basta con confiar en el Amigo y tomar
de la fuente misma todo lo que nos es necesario. Hablar de confianza en sí
mismo, es situarse en un área psicológica, y en ese nivel decirse: "¡Voy a
confiar en mí!" no es más que una autosugestión, un método destinado a
enfrentarse con las dificultades para superarlas. Sin embargo el misterio de la confianza en Dios es algo infinitamente
más valioso.
Al confiar en
Dios, cada uno de nosotros se encuentra armado para actuar, enfrentar y superar
todas las dificultades, nuestra confianza emana de una fuente inagotable de
energía que nace de Él, del Intímo, del Real Ser interior y profundo. La ola
separada del océano no tiene fuerza, su fuerza le viene del océano, pero
tenemos que hacer conciencia de que más que ola somos el mismo océano.
Un gran
pensamiento dice: "Nos hemos hecho débiles hasta alcanzar toda la fuerza
posible". Eso significa que nuestro yo se ha debilitado hasta anihilarse,
hasta que la fuerza divina nos llene de su luz y de su gracia. Y de entre las
fuerzas que nos sostienen, podemos citar la confianza y el amor divino. Ellas
nos permiten superar nuestras pruebas e ir al encuentro de la esencia, eso que
es lo más puro que tenemos, Dios en nuestro interior. Más vale no detenerse en
las limitaciones, sino por el contrario exaltar lo que a Él le corresponde.
La educación
espiritual nos permite comprender que toda acción espiritual parte de nuestra
sinceridad, y que en nuestro corazón es donde se cultiva esa realidad. A la vez
conviene, en esa perspectiva, remarcar cuanto la vigilancia, la observación de
si mismo es fundamental; nos permite ver que todo lo externo tiene
repercusiones en nuestras realidades internas, más sin embargo debemos hacer
conciencia de que no debemos permitir que los eventos externos incidan en
nuestros estados internos. Podemos así verificar la importancia de esas
repercusiones en nuestras relaciones con los demás y en particular con los que,
como nosotros, caminan hacia Dios: ahí, más que en otro lugar, debemos cultivar
el sentido de orientación mediante la recordación de nuestro Ser interno.
Frecuentar a
nuestros hermanos y hermanas en Dios, puede ser un terreno particularmente
fecundo de donde nos lleguen bendiciones e influencias espirituales. Porque
esas bendiciones, vienen del corazón que se orienta de manera a suscitarla.
El gnósticismo
dice que cuando los corazones se unen en esa relación y que en el transcurso de
sesiones en grupo de oración, los efluvios pasan de un corazón a otro, es como
cuando se pone un tizón ardiente sobre el carbón. Basta de un viento favorable
- aunque solo sea la del fuelle - para que todo se incendie, para que el que
reciba una bendición la transmita a todos los demás. Cuando los efluvios
circulan de unos a otros, y que todo prende, entonces es cuando se funde todo
en un mismo y único fuego.
Por el
contrario, si llega una bendición cuando los corazones se encuentran separados,
dormidos, identificado con las cosas del mundo esa gracia no puede tocarles, y
al igual que pequeños trozos de carbón aislados, no pueden participar del fuego
general provocado por las bendiciones recibidas en común y compartidas.
Grande es la
responsabilidad de cada persona con la necesidad de permanecer vigilante, atento
y mantener una presencia que permita el encuentro del otro y la participación:
una situación como ésta facilita la toma de conciencia de un
"espacio" sagrado. ¿Qué es un santuario? Es el lugar en donde sopla
el Espíritu. ¿Y qué es un lugar en donde sopla el Espíritu? Un lugar en donde
los corazones están dispuestos a recibir. Un lugar sagrado es todo lugar en
donde hay un encuentro, en donde se manifiesta el deseo de recibir. Vamos a un
"lugar sagrado" con un cierto estado interior, un cierto estado de
espíritu que no excluye por otra parte una actitud aparente desenfadada. Sobre
este último punto, es importante no juzgar a nadie, en principio cada cual sabe
a que abtenerse sobre sí mismo, y cada uno debe saber lo que particularmente
debe vigilar en sí. Lo importante es la
actitud interna.
A ese efecto,
un proverbio dice de manera humorística: "Si estas con gente de ciencia,
ten cuidado con tu lengua; si estas con gente de espíritu, ten cuidado con tu
corazón, si estás con ladrones, cuida tu bolsillo" Dicho de otra manera:
cada lugar requiere una palabra, una realidad, una verdad diferente.
Es importante,
cuando se tiene acceso a un lugar espiritual, cuidar el corazón prestándole
mucha atención, vigilando nuestras mentes y nuestros estados internos. Sería
inadecuado venir con el espíritu lleno de prejuicios, como si se tratase de
cualquier otro sitio; nos privaríamos de recibir las posibles bendiciones.
Entrar en un santuario, ¿no es un poco como entrar en nuestro santuario
interior? Cuanto más nuestro corazón esté despierto, más presente estará y todo
le parecerá santo, sagrado y lleno de bendiciones. Debemos estar presente ahí
donde se tenga que estar, y cuando se tenga que estar. Una tradición del
Profeta en relación a esto dice: "En vuestras vidas tendréis momentos en
los que se manifestaran los halitos de vuestro Señor: no os privéis de
exponeros a ellos".
Esta presencia
al otro, en el momento oportuno, hace parte de la excelencia del
comportamiento: "Debo estar ahí, porque los halitos pueden soplar y quiero
participar" debiera uno repetirse constantemente. Pero no tomar esto desde
el punto de vista formal (de la forma). Estar ahí o no estar ahí, llegar ahora o
volver mañana, ¿en definitiva, qué importancia? No se trata por lo tanto de una
cuestión de oportunismo, porque después de todo, si Dios quisiese, los halitos
soplarían exactamente ahí donde estamos; inútil por lo tanto ir a un lugar
especifico para buscarlos. Juntarse con los demás, "ahí" en donde
estén, nos pone en una actitud de humildad, en una actitud de espera y de
consideración del lugar mismo: se trata de una sacralización del lugar que
afecta a nuestro comportamiento y que toca nuestra verdadera esencia. Una
experiencia, un soplo, una iluminación que toca una tierra ya fértil,
permitiéndole después transformarse en miel o nutriente.
Estar ahí en el
momento justo y con la actitud justa, es lo que forja el espíritu del discípulo
y le hace capaz de exaltar el lugar sagrado. La conciencia de esa sacralización
ya es el resultado de una transformación del espíritu. Seamos por lo tanto
atentos a la vida del corazón.
Hola Esteban, pase por aquí, y me quedo. Saludos.
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