viernes, 29 de junio de 2012

LA NECESIDAD DE APRENDER A VIVIR





         
Bueno,comenzaremos nuestra plática de esta noche... Ante todo, mis estimables hermanos, se hace necesario saber vivir; esto es algo que debemos entender.
          Cuando platicamos con alguien, éste nos cuenta los diversos sucesos de su vida; nos ha­bla, dijéramos, de acontecimientos, de lo que le sucedió en determinadas épocas de su histo­ria, como si la vida fuera, únicamente, una ca­dena de eventos; no se dan cuenta las gentes, de que además de las circunstancias de la exis­tencia, existen también los estados de Concien­cia; la capacidad para vivir se basa, precisa­mente, en la forma como uno acierta a combinar los estados conscientivos con las circuns­tancias de la existencia. Puede darse el caso de que una circunstancia que podría haber sido feliz, no lo fue, debido a que no supimos com­binar el estado conscientivo con el evento en sí mismo.
          Cuando examinamos el mundo en que vivi­mos, podemos verificar el hecho contundente, claro y definitivo, de que hay personas que de­berían ser felices y no lo son. Hemos conocido muchos casos concretos de sujetos que tienen una buena casa, un hermoso carro, una mag­nífica esposa, preciosos hijos y dinero suficien­te, y sin embargo no son felices; en cambio, he­mos podido corroborar el caso de individuos que están menesterosos, posiblemente humildes trabajadores de pico y pala, que ni gozan de una hermosa mansión, ni tienen más dinero que el que se necesita para el diario sustento, ni usan precioso automóvil último modelo, y sin embargo son felices en sus ho­gares, con sus hijos, pobres pero limpios, asea­dos, y sus esposas hacendosas y sinceras. Así pues, no es el dinero en sí mismo el que puede darnos la felicidad; todo depende de la forma en que uno sepa combinar los estados conscientivos con los sucesos o las circunstan­cias de la vida práctica. Si alguien colocado en magníficas condiciones no está a la altura de las circunstancias, si no sabe combinar, inteligentemente, los estados conscientivos con el medio en el que se desenvuelve y vive, in­cuestionablemente será un desdichado; empero otro, que aunque esté en circunstancias difíciles si sabe combinar los hechos de su vida práctica con los estados de Conciencia, logra bienestar, prosperidad, felicidad, etc. Así pues, que se hace urgente comprender la nece­sidad de aprender a vivir sabiamente.
          Si queremos un cambio definitivo de las cir­cunstancias de la vida, se hace necesario que tal cambio se verifique primero dentro de no­sotros mismos; si internamente no modifica­mos nada, externamente la vida continuará con sus dificultades. Ante todo es necesario hacernos dueños de sí mismos; mientras uno no sepa gobernarse a sí mismo, tampoco podrá gobernar las circunstancias difíciles de la exis­tencia.
          Cuando contemplamos los diversos aconteci­mientos de la vida, cuando vemos este orden de cosas, podemos evidenciar que las gentes son verdaderas máquinas que no saben vivir; si alguien les insulta, reaccionan furiosas; si alguien les saluda, sonríen dichosas; resulta muy fácil en verdad, para cualquier perverso, jugar con las máquinas humanas; puede hacérseles pasar de la tristeza a la alegría y vice­versa, con sólo decirles unas cuantas palabras. ¡Qué fácil les resulta!, ¿verdad? Basta con que alguien nos insulte para estar reaccionando, basta que alguien nos dé unas palmaditas en el hombro para sonreír contentos; no sabe­mos gobernarnos a sí mismos, otros nos gobier­nan, y eso de hecho es lamentable (somos incapaces).
          Es necesario comprender lo que es la mente y lo que es el sentimiento y el sentimentalis­mo. Si estudiamos al Ser, juiciosamente, vere­mos que la mente no es el Ser. En la Teosofía se habla mucho del Cuerpo Mental, las di­versas escuelas de pensamiento le citan. No queremos con esto decir que todos los humanoides posean ya el vehículo mental; habrá Manas, como se dice en sánscrito, o sea, substancia mental depositada en cada uno de nosotros, pero eso no es poseer, realmente, el vehículo de la mente. En todo caso la men­te, sea que el ser humano posea ya tal vehícu­lo, o que esté comenzando a crearlo, o que aún todavía no lo tenga, no es más que un instru­mento de manifestación, pero no es el Ser. El sentimiento tampoco es el Ser. En un pasado me sentí inclinado a creer que el senti­miento, en sí mismo, correspondía de verdad al Ser; más tarde, después de severos análisis, me he visto en la necesidad de rectificar tal concepto; obviamente, el sentimiento deviene del Cuerpo Astral en los seres humanos. Podría objetárseme diciendo que no todos poseen ese precioso Vehículo Kedsjano y en eso sí estamos de acuerdo, mas sí existe la emo­ción, la substancia correspondiente en cada uno de nosotros; de hecho, sea que se tenga el Vehículo Sideral o no, deviene claro está eso que se llama "sentimiento". En su aspecto negativo, el sentimentalismo nos convierte, pues, en entes demasiado negativos, mas en sí mismo, el sentimiento no es tampoco el Ser: puede pertenecer al centro emocional, pero no es el Ser.
          La mente tiene su centro, el centro intelec­tivo, pero no es el Ser. El centro de la mente, el intelectivo, está en el cerebro, eso es obvio, pero no es el Ser. El sentimiento, que corres­ponde al centro emocional o cerebro emocional, está en la región del Plexo Solar y abarca hasta los centros nerviosos simpático y el corazón, pero no es el Ser (el Ser es el Ser, y la razón de ser del Ser es el mismo Ser).
          ¿Por qué hemos de dejarnos llevar por los Centros de la máquina? ¿Por qué permitimos que el centro intelectual o el emocional nos controlen? ¿Por qué hemos de ser esclavos de esta maquinaria? Debemos aprender a contro­lar todos los centros de la maquina, debemos convertirnos en amos, en señores... Hay cinco centros en la máquina eso es obvio: el intelectual, que es el primero; el emocional, que es el segundo; el motor, que es el tercero; el instintivo, que es el cuarto y el sexual, que es el quinto; más los centros de la máquina no constituyen el Ser; pueden estar al servicio del Ser, pero no son el Ser. Así pues, ni la mente ni el sentimiento son el Ser.
          ¿Por qué sufren los seres humanos, por qué permiten al pensamiento y al sentimiento que intervengan en las diversas circunstancias de la vida? Si nos insultan, reaccionamos de inmediato insultando; si hieren nuestro amor propio sufrimos y hasta nos encolerizamos... Cuando contemplamos todo el panorama de la vida, podemos evidenciar, claramente, de que hemos sido, dijéramos, leños en el océano, debido precisamente a que hemos permitido que en las diversas circunstancias de nuestra exis­tencia, se entrometan siempre la mente y el sentimiento; no le hemos dado oportunidad a la Esencia, al Ser, para que se exprese a través de nosotros; siempre hemos querido resolver las cosas por nuestra cuenta: reaccionamos ante cualquier palabrita dura, ante cualquier problema, ante cualquier dificultad; nos sentimos heridos cuando alguien nos hiere, o contentos cuando cualquiera nos alaba; hemos sido víctimas de todo el mundo, todo el mundo ha jugado con nosotros; hemos sido, dijéramos, leños entre las embravecidas olas del gran océano, no hemos sido dueños de sí mismos.
          ¿Por qué nos preocupamos?, me pregunto y les pregunto a ustedes. "Por los problemas", me dirán. La preocupación, mis caros herma­nos, es un hábito de muy mal gusto, de nada sirve, nada resuelve; uno tiene que aprender a vivir de instante en instante, de momento en momento. ¿Por qué ha de preocuparse uno? Así pues, ante todo no permitir que la mente y los sentimientos se entrometan en las diversas circunstancias de la vida; la personalidad humana debe volverse tranquila, pasiva; esto implica, de hecho, una tremenda actividad de la Conciencia; esto significa aprender a vivir conscientemente, esto significa poner el basamento para el despertar.
          Todos quisieran ver, oír, tocar, palpar las grandes realidades de los mundos superiores; mas naturalmente, ¿cómo podrían los dormi­dos convertirse en experimentadores de las grandes realidades? ¿Cómo podrían, aquellos que tienen la Conciencia en sueños, ser inves­tigadores de la vida en las regiones suprasensibles de la Naturaleza y del Cosmos? Si noso­tros despertáramos Conciencia,  podríamos comprobar el hecho concreto de que el mundo no es tal como lo estamos viendo. Muchas veces he dicho y os lo vuelvo a repetir, que todas aquellas maravillas que figuran en el libro aquel de "Las Mil y una Noche", todos esos prodigiosos fenómenos mágicos de la antigua Arcadia, todos esos milagros de la tierra primigenia, de aquellos tiempos en que los ríos de agua pura de vida manaban leche y miel, no han con­cluido, siguen sucediéndose de instante en instante, de momento en momento, aquí y ahora. Podría objetárseme, que si eso es así; ¿por qué no los vemos?, ¿por qué no presenciamos lo insólito?, ¿por qué no se nos da la posibili­dad de experimentar esas maravillas? La respuesta es la siguiente: nadie nos ha prohibido la capacidad de experimentar, nadie nos impide ver y oír lo que acaece a nuestro alrededor; si tales fenómenos no son perceptibles en este momento para nuestros sentidos exteriores, se debe a un solo motivo y por cierto muy grave: estamos en estado de hipnosis, dormidos, y el sujeto en trance hipnótico, se hace incapaz para la percepción de tales fenómenos.
          Mucho se ha dicho sobre el abominable Organo Kundartiguador, órgano fatal que la humanidad tuvo en los antiguos tiempos. No se ha perdido del todo; bien sabemos que aun existe un residuo óseo, en la base inferior de la espina dorsal; nadie ignora que tal residuo pertenece al abominable Organo Kundartiguador y posee, entre otras cosas, un poder hipnótico formidable; esa corriente hipnótica general, colectiva, es fascinante. Si vemos a alguien, por ejemplo, vestido con extravagancia por las calles, no sentimos asom­bro; decimos, sencillamente: "¡Qué sujeto tan excéntrico!" Otro, que vaya con nosotros, dirá: "¡Así está la moda!" El de más allá exclama­rá: "¡He ahí un Hippie!", y un anciano que pasa por la banqueta de enfrente, se limita­rá a pensar: "¡Cómo está la gente de la Nue­va Ola!"; pero unos y otros están en estado de hipnosis, y eso es todo.
          Sometan ustedes a un sujeto cualquiera, XX, a un sueño hipnótico profundo; díganle luego que está en medio del océano, que se des­vista porque se va a ahogar, y lo verán ustedes desvestirse; díganle que es un gran cantante, y lo verán ustedes cantando, aunque en realidad de verdad sólo dé alaridos; díganle que se acueste en el suelo y se acostará; que se pare de cabeza y se parará, porque está en estado de hipnosis.
          Hice, hace poco, un viajecito por allá, hasta el Puerto de Bayarta, (México); allí existe, como en Acapulco, un barco para los visitantes; no tuve inconveniente alguno para com­prar el pasaje que hubo de llevarme hasta una playa cercana; el trayecto fue ameno, delicio­so; navegar en el Pacífico resulta agradable. Había allí cierto caballero de marras que la hizo de hipnotizador. Cuando resonaron los instrumentos del conjunto, dijo a las gentes que bailaran, y bailaron; que se tomaran de las manos y todos se tomaron de las manos; a los novios que se besaran (se besaron); lo único que le faltó a aquel hombre, a aquel hipnotizador improvisado, fue decirles que se pararan de cabeza, pero todo lo que él ordenaba se hacía. Era de reírse uno y de admirarse al mismo tiempo, ver todas las maravillas que hacia el hipnotizador: cómo jugaba con los pasajeros, cómo los hacía reír, cómo los hacía saltar, cómo los hacía dar vueltas, etc., etc., etc. Cla­ro, yo un sujeto que estoy acostumbrado a estar en estado de alerta percepción, alerta novedad, me limité, exclusivamente, a ver a esos tontos en estado de hipnosis.
          Observen ustedes la propaganda: "¡Compre usted tal remedio infalible contra la tos". Cada anuncio da órdenes al pueblo hipnotizado para que vaya a tal o cual lugar, para que com­pre tal o cual jabón, tal o cual perfume; para que visite tal o cual consultorio, etc., etc., etc., y las gentes se mueven bajo las órdenes de los hipnotizadores, los cuales a su vez, están también hipnotizados por otras gentes y por otras multitudes; como las mismas muchedumbres, todos andan en estado de hipnosis, de trance hipnótico.
          Cuesta trabajo saber que uno está en estado de hipnosis; si las gentes se lo propusieran, po­drían despertar de ese estado tan lamentable, pero desgraciadamente no se lo propone nadie. Cuesta mucho pues, repito, descubrir el estado de hipnosis en que uno se halla; uno viene a darse cuenta de que existe el hipnotismo, cuando la fuerza hipnótica fluye más rápido, cuan­do se concentra en determinado lugar, cuando se hace una sesión de hipnotismo; fuera de eso, fuera de tal momento, uno no se da cuenta de que está en estado de hipnosis. Si uno pudiera despertar de ese sueño en que se halla, verá entonces los fenómenos maravillosos que desde el principio del mundo se han sucedido a su alrededor. Yo conozco fenómenos tan sencillos, que cualquiera puede verlos; son físicos, materiales, están a la vista de todo el mundo y sin embargo las gentes, viéndolos no los ven. Podrían decirme, o preguntar ustedes y con justa razón (o podrían exigirme, para hablar mas claro): "Si eso es así, ¿por qué no nos menciona tan siquiera uno?" Motivos: si yo les mencionara a ustedes cualquiera de esos fe­nómenos (que son perceptibles a simple vista), los verían de inmediato, mas morirían ustedes, porque resulta que todos esos fenómenos, actualmente, que corresponden a fuerzas y pro­digios, están celosamente vigilados por ciertos Elementales muy fuertes, que al sentirse descubiertos, causarían la muerte de los curio­sos, y como no tengo ganas de crearme un Panteón por mi cuenta, me veo en la necesidad de callar. Así pues, hermanos, se hace necesario des­pertar, si es que se quieren percibir las gran­des realidades de la vida; mas sólo es posible despertar sabiendo vivir.
          ¿Cómo podría despertar alguien que es un juguete de los demás? Si yo les insultara a ustedes en este instante, estoy seguro de que uste­des no me tolerarían, protestarían violentamen­te y a lo mejor ustedes se retirarían violenta­mente. ¡Vean cuan fácil es hacerlos cambiar a uste­des! Basta con que yo les diga una palabrita dura y ya se ponen sonrojados y furiosos; aho­ra, si quiero halagarlos, me basta con decirles palabritas dulces, y ya están contentos; es de­cir, ustedes son víctimas de las circunstancias, no son dueños de sí mismos, y eso es lamenta­ble, ¿verdad? De manera, hermanos, que el que quiera ser amo de sí mismo, debe empezar por no permitir que la mente y los sentimientos interven­gan en los asuntos de la vida práctica. Claro, esto requiere, como ya lo dije, una tremenda pasividad de la personalidad y una espantosa actividad de la Conciencia. Precisamente eso es lo que necesitamos: la actividad de la Conciencia. Cuando la Conciencia se vuelve activa, sale de su letargo y entonces es obvio que viene el despertar.
          Ante todo, debemos comenzar por no hacer lo que hacen los demás. Cuando llego a los restaurantes y voy con toda mi gente, a la hora de la comida puedo evidenciar el hecho de que todos pasan al baño a lavarse las manos. Seré, pues, bastante cochino y sucio, pero yo no paso a lavarme las manos. Cuando se me interroga sobre el por qué, respondo: "Sencillamente porque a mí no me gusta hacer lo que los de­más hacen, es decir, no me gusta ser máquina". ¿De manera que si los demás se paran en la cabeza, yo también tengo que pararme en la cabeza? Si los demás andan en cuatro patas, ¿yo tengo que andar en cuatro patas? ¿Por qué? ¡No, hermanos! Necesitamos conver­tirnos en individuos y eso solamente es posible desegoitizándonos y no permitiendo que la mente y los sentimientos se entrometan en las diversas circunstancias de la existencia. Cuando entonces comenzamos con este trabajo, cuando aprendemos a volvernos tremendamen­te pasivos, para darle oportunidad a las grandes actividades de la Conciencia, vemos que todo cambia.
          Quiero citarles nada más que un hecho con­creto: nos hallábamos en una casa, no importa cuál; uno de los "niños bien" de aquella casa, andando por ahí, por esas calles del mundo, convertido nada menos que en un Don Juan Tenorio, hizo de las suyas por allá, con una muchachita. Conclusión, intervienen los familiares de ella; claro, se presentan en esa casa los mismos, buscan al "nene de mamá", al "niño bien" (¿travieso? Sí y enamorado... Pa­rrandero y jugador? No lo sé; solamente sé que es un verdadero Don Juan). El padre de la dama viene, naturalmente, con intenciones de balacear al caballerito; nadie se atreve a salir; sólo yo que estoy ahí, hago acto de presencia; como se me ha dado la oportunidad de servir de mediador, la aprovecho. El furioso jefe de familia llama al jovencito aquel para la casa; detengo al jovencito y hago entrar al jefe de familia ofendido. Con gran dulzura y amor, invito al ofendido y al Don Juan a sentarse un momento, y claro, ambos toman asiento. Junto con el jefe viene una se­ñora: comprendo que se trata de la madre de la dama. Hay palabras terribles, no falta sino sacar la pistola y dispararla; sin embargo, le digo al señor con buenas maneras: "Todo es posible arreglarlo; mediante la comprensión, todo se puede solucionar; con matar no se resuelve el problema". Aquel hombre se sintió, pues, sor­prendido; no pensaba que en aquella mansión hubiera alguien tan sereno y tan tranquilo. Hay conversaciones, intercambio amistoso entre el jefe y el Don Juan; todo se arregla y se marcha el ofendido, llevándose su pistola sin disparar, con los cinco tiros... Todo se arre­gló; ¿por qué? Porque yo puse un estado de Conciencia superior en aquel evento, al servir de mediador; mas si yo hubiera aconsejado a aquellas gentes, a proceder con violencia; si yo mismo, dándomelas de muy buen amigo, hubiera respondido con duras palabras, las cir­cunstancias habrían sido diferentes y el Don Juan hubiera ido a parar al Panteón y esas dos familias se hubieran llenado de luto y de dolor.
          De manera que las circunstancias de la vida dependen de nuestros estados de Conciencia; cambiando uno sus estados de Conciencia, cambian las circunstancias; eso es obvio. No po­drían cambiar las circunstancias de la vida, si no cambiamos antes nuestros estados de Conciencia.
          Los invito pues a ustedes, a la reflexión más profunda. Conforme nosotros vayamos permi­tiendo que se manifieste la Conciencia, con­forme vayamos controlando la mente y el sentimiento, para que no metan sus narices donde no deben, el resultado será maravilloso, porque a medida que la Conciencia se activa, el proceso del despertar se acentúa, y no solamente cambian todas las circunstancias que nos ro­dean, sino que además empezamos a notar que durante las horas en que el cuerpo físico duer­me, nosotros trabajamos (vivimos, dijéramos) fuera del cuerpo físico en forma más cons­ciente. Y así, a medida que la personalidad se va volviendo pasiva, a medida que la mente y el sentimiento van siendo refrenados para que no se metan donde no deben, el despertar será cada vez más grande y así terminaremos convertidos en grandes investigadores de la vida en los mundos superiores... Quien quiera despertar, debe hacerlo aquí y ahora; quien despierta aquí y ahora, despierta en todos los rincones del Universo.
          Bien mis caros hermanos, hasta aquí con esta pláticas.



V.M. Samael Aun Weor

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