sábado, 18 de febrero de 2012

La Identificación




La  identificación

La identificación representa la pérdida del recuerdo, o del sentimiento, de sí mismos, para entregarse a uno fenómeno externo (en el propio presente, por un recuerdo pasado, o por un anhelo futuro). En todo caso, implica la entrega emocional hacia ese fenómeno u objeto.

Junto con la fascinación y con el sueño, la identificación constituye uno de los tres factores del subconsciente, es decir, de la dormidez de la Conciencia. Por tanto, a ella se debe que el hombre común no pase de ser una máquina dormida, diluida constantemente con infinidad de escenas de su existencia: placeres, deseos, emociones, dramas, etc., y también con incontables circunstancias propias: personas, ideas, objetos...

Dicha identificación con nuestros problemas provoca la abstracción de nosotros mismos, transformando nuestra existencia en algo virtual. Por ello, cuando nos
fascinamos con nuestros problemas, dormimos, soñamos21.

Se observa, por tanto, que la identificación provoca la confusión entre la Conciencia y la vida. Dice, en forma clara, el V.Maestro Samael en “La Gran Rebelión”: “Lo grave de las gentes consiste p recisamente en la identificación y esto es lamentable.”

Dicha gravedad ya se manifiesta en un efecto inmediato : el dolor. Por ello señaló el V.M. Samael, en reiteradas ocasiones, que, invariablemente, el dolor cuando se disuelve la identificación.

El identificarse con cualquier circunstancia, al acarrear problemas y ocasionar la perdida de las energías, constituye un verdadero auto atentado contra nuestro organismo físico, además de contera nuestra salud espiritual.

Otra negativa consecuencia de la identificación resulta ser la ignorancia. Mucho insistió el Maestro Samael, en que la identificación constituye la base de la ignorancia. Por tanto, quien sinceramente busque la sabiduría, jamás debe dar pie a la identificación con nada.

Por consiguiente, se ha visto con claridad que caer en la identificación consiste en conceder importancia a algo que realmente no la tiene, y, en consecuencia, equivale a abrir las puertas a nuestra propia autodestrucción, por cuanto, esto resulta delictuoso contra nuestra Esencia Espiritual.

No merece la pena sufrir absolutamente por nada. Recordemos que el Maestro Samael nos dijo repetidamente: “todo pasa”. Debemos reconocer a la existencia como una sucesión de impresiones y eventos, coyunturales y pasajeros, que representa el escenario adecuado para nuestro aprendizaje. Y nada más.

Los eventos no causan dolor tan fácilmente para quien no se identifica. Más aún, la no identificación posibilita comprender con precisión qué eventos pueden modificarse y cuáles no. Y, en este caso, aun a pesar de que constituyan trances sumamente dolorosos, sabrán aceptarse en forma consciente.


Se necesita aprender a enfrentarse a los sucesos de la vida, incluso a los más desagradables, con una actitud interior serena y apropiada. recordemos: “todo pasa.”

La identificación acontece porque las circunstancias que acaecen en nuestra existencia nos parecen importantes, y hasta vitales. No nos percatamos de que, únicamente, pertenecen al nivel de Ser en el que nos circunstancialmente nos encontramos. Si nos identificamos con la vía horizontal, viviremos esclavos de esas circunstancias: penas, alegrías, preocupaciones, etc.

Esto constituye un grave problema que, por ejemplo, podemos evidenciar cuando, observadas todas esas escenas, con la distancia que concede el tiempo, en ausencia de la identificación, resultan valoradas en términos muy distintos al momento en que acontecieron y las padecimos víctimas de nuestras fascinación y dormidez.

Desgraciadamente, el hombre común se identifica con todo: con lo que dice, con lo que sabe, con lo que cree, con lo que recuerda, con lo que desea... No pudiendo separarse del objeto hipnotizador, éste lo absorbe, volviéndole incapaz de considerar imparcialmente el objeto de su identificación.

Por consiguiente, se observa que la identificación se produce por el olvido del propio Ser. Con el constante recuerdo de sí, vigilando todos los deseos, pensamientos, sentimientos, etc., que se encuentran asociados a nuestra existencia, se evita o, por lo menos, se dificulta, este primer paso conducente a la fascinación.

La identificación y la fascinación son fuerzas terriblemente hipnóticas. Si alguien se identifica con un halago, deja de sentirse a sí mismo, pues busca la propia satisfacción en las palabras aduladoras. También resulta característico el sentimiento de poderosa identificación ante un insultador.
Por otra parte, debe reseñarse que el hipnotismo del ego hace creerse, firmemente, al humanoide como el verdadero poseedor de los pensamientos que se proyectan en la mente. Y dicha convicc ión resultará tanto más firme cuanto mayor sea el grado de identificación que se sufra. Por ese sólo hecho ya resulta insospechable, para la dormida víctima, la sola posibilidad de que alguien ajeno y extraño a la Esencia utilice abusivamente los centros de su máquina.

Muy por el contrario, debe señalarse que cada pensamiento pertenece exclusivamente a su pensador (el ego de turno). Por consiguiente, identificarse con dichos pensamientos, ajenos a uno mismo, resulta un absurdo. Dicha identificación con esos pensamientos, de carácter negativo, resulta, cómo lógicamente puede advertirse, pernicioso por cuanto, además de fomentar la propia identificación, fortalece el poder del yo que la origina.

Y, con lo anterior, entramos en otro basamento de la
identificación: la creencia de un yo permanente. Esta errónea percepción se percibe, y se fortalece, al considerar a cada pensamiento, sentimiento, emoción, etc., como funcionalismos propios e inmodificables del supuesto ‘sujeto individual’. Más aún, el humanoide profundamente identificado llega a justificar, con mil y más argumentos, esas manifestaciones impropias de su Ser.

Si se aplica correctamente la autobservación, la identificación no resulta excesivamente difícil de percibir, pues, ante las situaciones concretas, la reacción puede predecirse porque el individuo no gobierna la respuesta. El ego, a través de su rutina programada, es quien dicta la reacción mecánica.

Por tanto, debemos considerar que nuestras reacciones, y nuestro aprendizaje efectivo, de los diferentes eventos con que nos identificamos dependen en proporción directa de nuestro grado de Conciencia despierto.

Con la identificación el hombre carece de dominio sobre sus costumbres mecánicas. Más aún, malvive esclavizado en la mecanicidad. El Maestro dijo que la reacción era mecánica, automática, es decir, similar a un programa informático aunque, es esta ocasión, de carácter psicológico.

Pero, debemos estar atentos, además, a no caer en otro error, tras haber descubierto, por sí mismos, o por una observación ajena, una reacción egocia: la auto simpatía. Ésta surge como una forma de identificación con uno mismo, consolidando consolida la falsa personalidad.

Seguidamente, vamos a precisar el procedimiento exigible para despertar Conciencia. Resulta necesario, a cada instante, o cuando menos siempre que se detecte, cortar la identificación porque, con sinceridad habremos de reconocer que  basta un solo instante de olvido para caer en este proceso imparable de consecuencias impredecibles. Por tanto, si anhelamos ser verdaderamente felices, debemos luchar, a cada instante, para no seguir engañados. Con un gran esfuerzo consciente podremos aplazar la reacción mecánica subsiguiente a determinado pensamiento o sentimiento. Desgraciadamente, no resulta muy difícil vaticinar cuántas veces, y por cuánto tiempo, estaremos libres de la identificación: sólo hasta que otro yo logre tomar, al asalto, las riendas de nuestra máquina orgánica.

Puede observarse el mecanismo que causa la identificación, y hasta su misma ma nifestación, cuando, por ejemplo, nos esforzamos en estar especialmente alertas ante un defecto, por varios días. En este caso, podemos verificar la ocasión en que se manifiesta, percibir cómo actúa y la motivación que lo justifica.

Cada ego se manifiesta con igual e invariable proceso: una secuencia de pensamiento, emoción y acción, y además siempre basado en la identificación. Evitar ésta, por tanto, equivale, cuando menos, a percibir el sabor trabajo y abandonar el sabor vida, es decir, la existencia mecánica e inconsciente.

Pero, en el caso de tratar de evitar la identificación, puede parecer y deducirse, por una observación inadecuada, que verdaderamente se está observando cuando, en realidad, la acción sea un mero acto del pensar. Existe un procedimiento exacto para descubrir la identificación, hábilmente escondida tras el hipnotismo y la mecanicidad: si, al hacer una cosa, nos descubrimos pensando en otra, con cierta sensación de ansiedad o de impaciencia, o con un mayor y sensible sentimiento de deseo o de ira, estamos, a no dudarlo, a un paso de la identificación, cuando no de camino a la fascinación.

La causa de que estemos continuamente identificados, con escasa posibilidad de superar ese inconveniente la, habría que buscarla en haber perdido, para nuestra desgracia, la capacidad infantil de asombro. Esta merma constituye impedimento básico para el despertar.


El Maestro Samael nos revela un mecanismo claro y sencillo que evita o, cuando menos, dificulta la identificación:

“Quien quiera despertar Conciencia debe trabajarla aquí y ahora. Tenemos la Conciencia encarnada y por ello debemos trabajarla aquí y ahora. Quien despierta Conciencia aquí en este mundo despierta en todos los Mundos.

Quien quiera vivir consciente en los Mundos Superiores, debe despertar aquí y ahora.”

Y, en aplicación de ese consejo, que quizá se nos antoje de difícil aplicación, y de todo cuanto queda dicho, a continuación, pasamos a estudiar pormenorizadamente la técnica del “recuerdo de sí”, que nos posibilita, como así se dirá, remover la identificación de nuestra psiquis.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario